Galde 47. Negua 2024 Invierno. Javier Andaluz, Irene Rubiera.-
Un año más, acudimos a una cumbre climática en uno de los países productores de combustibles fósiles, en este caso, de gas, donde además, nos encontramos con una presidencia cuya escasa, si no inexistente, experiencia en diplomacia climática internacional solo les ha permitido negociar con fuerza, presentando documentos unilaterales en lugar de textos basados en el consenso y acuerdos internacionales. De hecho, hasta las últimas horas de la cumbre no se encontraron los textos necesarios para abordar los compromisos clave, como el esperado resultado de esta cumbre: el texto que debía incrementar la financiación climática internacional de los países del Norte al Sur global. La actitud retardista de la mayoría de los países del Norte, que se han negado durante meses a discutir la cuantía y la forma de incrementar esta financiación climática, ha sido la principal causa del convulso final de la cumbre, con intervenciones muy críticas tanto con los textos como con la presidencia, en el que muchos países del Sur global tuvieron que conformarse con un mal acuerdo para evitar un cierre en falso.
La nueva meta global de financiación, el objetivo más importante de la cumbre, terminó con una cuantía y calidad insuficiente que pone en entredicho la solidaridad pactada en el Acuerdo de París. Desde el primer momento se hizo evidente la falta de voluntad de los países del Norte global, de avanzar. De hecho, la primera semana de negociaciones cerró en falso este punto de trabajo de la agenda dejándolo en manos de la presidencia.
La segunda semana las negociaciones no avanzaron por mejor camino: la falta de compromiso y cifras claras del Norte global bloquearon de forma persistente las negociaciones. Así, muchos países del Sur global fueron mostrando paulatinamente su descontento, al igual que la sociedad civil internacional, que manifestó en numerosas protestas la exigencia de que los países del Norte dispusieran de la financiación comprometida en París. El texto final incluye una triplicación del fondo actual, pasando de 100.000 a 300.000 millones, que aunque pudiese parecer un incremento relevante la realidad es que supone muy poco compromiso adicional de financiación, ya que, considerando la inflación anual, este fondo en 2035 representará el mismo esfuerzo que el acordado en 2009. Del mismo modo, el acuerdo alcanzado evita deliberadamente recoger el principio de que los países del Norte global son quienes tienen la exigencia de poner la financiación necesaria, y además incluye en ese núcleo de la financiación fuentes privadas y métodos “innovadores”, en lugar de obligar a que esa parte de la financiación sea pública, adicional, suficiente y predecible, como exigen desde hace años las organizaciones de la sociedad civil.
Por otra parte, y aunque estaba claro que está no iba a ser una cumbre donde se abordara de forma contundente en los compromisos de reducción de las emisiones, la realidad es que no ha habido absolutamente ningún tipo de avance. Entre los textos finales no se encuentra ninguna referencia directa a cómo cumplir el acuerdo de “transicionar fuera de los combustibles fósiles” pactado en la anterior cumbre de Dubai, lo que supone una nueva regresión más una década crucial para evitar un incremento de la temperatura global de catastróficas consecuencias. La COP29, siguiendo la tradición de procrastinar una decisión tras otra, vuelve a posponer las decisiones sobre cómo avanzar en el nuevo ciclo del Balance Global. También queda pendiente establecer un cortafuegos que proteja la integridad de la ciencia en el proceso, ante las amenazas de los países productores de petróleo, y en especial de los Saudíes, que pretenden que los informes del IPCC se publiquen después de tomar importantes decisiones que, obviamente, deberían basarse en la mejor ciencia disponible
Ante esta perspectiva, es comprensible que resulte difícil entender la necesidad real de estas cumbres. Sin embargo, aunque estemos tentados a desechar estas negociaciones internacionales, su abandono solo podría entenderse desde una posición privilegiada del Norte global, como la de la Unión Europea, que tiene la capacidad y los recursos para movilizar la opinión pública y avanzar en la financiación y reducción de emisiones de forma doméstica, mientras que para muchos otros países, resulta muy complicado enfrentarse directamente a las grandes potencias y exigirles el cumplimiento de compromisos como el acuerdo de París y otros acuerdos previos. Estos espacios son los únicos donde países vulnerables, como las pequeñas islas que sufrirán el incremento del nivel del mar, pueden enfrentarse a los grandes países productores y consumidores de combustibles fósiles, responsables de la crisis climática y del colonialismo histórico, y exigir reparaciones.
Sin embargo, no debemos engañarnos: será difícil que estos espacios traigan el cambio profundo necesario para enfrentar la emergencia climática si no somos capaces de cambiar a nivel nacional. Estamos convencidos de que la lucha climática no está solo en estos espacios internacionales, sino que se libra todos los días, en todos los lugares, municipios y países. Nos llevamos de esta cumbre la sensación de pertenecer a una comunidad internacional que, como se dijo en el Plenario de los Pueblos, está del lado correcto de la historia. Más allá de la sordera de los gobiernos, está claro que el trabajo nacional y la coordinación en estos espacios son fundamentales para demostrar la falta de ambición de muchos países, especialmente en el Norte global, y la realidad de que solo una transformación sistémica profunda permitirá enfrentar la emergencia climática.
En este sentido, ha sido muy decepcionante comprobar cómo muchos países están adoptando una postura contraria al avance en la lucha contra la emergencia climática. El auge de Trump, la salida de Milei de las negociaciones y los nuevos equilibrios en la Unión Europea, donde el giro a la derecha está dificultando el avance de los compromisos alcanzados en 2019, son ejemplos claros. Este giro a la derecha está poniendo en peligro una década crucial para enfrentar esta crisis multifacética a la que nos enfrentamos. También resulta frustrante la falta de atención mediática a estos espacios y el escaso compromiso de la sociedad con el incremento de la financiación climática, precisamente en este año en el que se debía decidir sobre el aumento de esta financiación.
Desde Ecologistas en Acción, destacamos la hipocresía de los gobiernos del Norte global, que afirman que no pueden incrementar la financiación climática, mientras comprometen el 2% de su Producto Interior Bruto para gastos militares, no implementan el principio de «quien contamina paga» y judicializan cualquier intento de aumentar la fiscalidad sobre actividades contaminantes. Ese dinero está disponible si se considera, por ejemplo, que apenas con los beneficios obtenidos por el Ibex 35 el año pasado tasados con un impuesto del 30% podría aumentarse hasta diez veces la contribución climática de España, por no hablar de que además, los costes de la transición energética deberían ser asumidos por las grandes empresas responsables de la crisis climática.
Javier Andaluz, Irene Rubiera.
Ecologistas en Acción.