Turismofobia y turismofilia. Ni lo uno ni lo otro

 

(Galde 23, 2019/invierno). China Cabrerizo.-

No soy partidaria de fomentar ciertos neologismos que, lejos de aportar a un debate complejo y a la construcción de discurso político que enfrente las lógicas del modelo económico, social y cultural del capitalismo, simplifiquen los conflictos, diluyan las causas, oculten y/o confundan sobre quiénes son los culpables de las situaciones, afecten a las decisiones y a las conductas de la gente e, incluso, lleguen a dividirla.

No obstante, asumo el título propuesto por los editores de la revista Galde para este artículo, consciente y preocupada por la rapidez en la expansión del uso del término “turismofobia” y, como consecuencia, de su antónimo “turismofilia”. Y preocupa, al igual que preocupa la criminalización que, desde ciertos colectivos sociales y vecinales, se realiza hacia el otro, el que no es de aquí, el que es diferente, el que no cumple los códigos establecidos de conducta o comportamiento. Es, como señalan Begoña Aramayona y Jorge Sequera en un reciente artículo periodístico, “el que viene de otro mundo”, es la “construcción del enemigo público”, el “chivo expiatorio” 1. Pero también preocupa esa tendencia que, no sólo desde el ámbito del turismo, criminaliza a cualquier persona o movimiento crítico con lo establecido, hacia todo lo que se enfrente al capitalismo y sus discursos hegemónicos, hacia lo revolucionario y hacia toda creación de contrapoder al Estado. Algo que, de ninguna manera, es nuevo.

Hasta hace poco tiempo, el turismo se consideraba una actividad económica de cara amable, incluso “verde”. Gracias al uso indiscriminado e interesado de unos pocos indicadores macroeconómicos y clásicos de medición, y a mensajes procedentes de organismos como la Organización Mundial del Turismo (OMT), casi nadie ponía en tela de juicio los beneficios de esta actividad. De hecho, se sigue considerando, desde muchos ámbitos, la única forma posible de salvación de los países empobrecidos (esta idea se puso a prueba en España hace décadas y, a pesar de nuestra especialización en turismo, nuestra situación en términos de pobreza avergüenza 2).

El término “turismofobia” aparece y se expande justo cuando surgen las primeras movilizaciones sociales que, directamente, apuntan al turismo como una actividad negativa para los territorios y las vidas de las personas. Cuando surgen movimientos y voces que ya no se creen los discursos dominantes sobre los beneficios que arroja sobre territorios y sociedades. Aparece el ya conocido “quién no esté con nosotros, es turismofóbico” 3.

No cabe duda de que el asunto es complejo, y nos enfrenta a nuestras propias contradicciones, pues el turismo, en ciertos sentidos, puede dar vida pero, en otros, mata a los territorios. Y qué decir del VIAJE. ¿Quién duda de la belleza del viaje? ¿De esas ansias intrínsecas al ser humano que nos lleva a querer explorar otros lugares, otras culturas, otras gentes? Pero el viaje turístico, exploratorio, de placer, no es para todas. De hecho, y aunque sigue creciendo el número de turistas a nivel mundial – en 2017 se contabilizaron 1.326 millones de turistas internacionales, un 7% más que el año anterior -, podemos afirmar que, siendo generosos, sólo un 18% de la población hace turismo 4. Además, y según datos de este mismo año, el 70% de la población sigue requiriendo visado para cruzar una frontera. Y son las regiones más ricas, Estados Unidos de América y Europa, las menos aperturistas, las que con mayor impunidad se arrogan el derecho “soberano” de limitar y seleccionar quién puede y quién no puede traspasar sus fronteras, cada vez más infranqueables para muchas. El turismo divide a la sociedad entre los que puede ser turistas y los que son, eternamente, receptores de esos turistas.

Como paradigma del capitalismo por ser muy lucrativo, el turismo segrega. No distribuye beneficios y empobrece, material y culturalmente. Y lo hace también a escala ciudad. Su vinculación con el inmobiliario, con el negocio urbano, es tan vieja como el propio turismo. El viaje, como mercancía principal de la actividad turística, es un valor de uso abstracto y, por tanto, necesita valerse de un valor de uso tangible, que se pueda acumular y sea permanente. Y ese valor lo extrae del suelo urbano, del inmobiliario, de la construcción de infraestructuras y de las elevadas condiciones de precariedad de quienes trabajan en el sector.

Hoy, los capitales acumulados durante los años de crisis aterrizan, de nuevo, en la ciudad. En este nuevo ciclo, de la mano del turismo se estimulan los imaginarios políticos y ciertas conductas sociales y culturales que se denominan modernas o cool. La fuerte concentración del negocio en las zonas centrales de la ciudad y la intensidad y rapidez con la que opera, genera la pugna entre las vidas y los significados cotidianos de los residentes y los usos-placer de los visitantes. Aparecen las percepciones de masificación turística y de expolio, y con ellas, el malestar social. Un malestar que, en ocasiones, llega a apuntar y atacar, como único culpable, al turista. Mientras tanto, las administraciones públicas siguen sin activar políticas reales y valientes de vivienda y sin apoyar modelos productivos ecosociales y sostenibles. Por su lado, el mercado va incorporando, por ambición, nuevas zonas que, sin serlo, pasan a ser parte de la ciudad más lucrativa, la del rico, el pudiente, el que puede ser turista. Y para ello, ponen en juego estrategias de estigmatización y criminalización que acaban, por petición popular, expulsando “al otro”, a “ese enemigo público” para hacer hueco al “orden establecido”. Nos estamos refiriendo al más que conocido proceso de gentrificación.

El pasado mes de octubre, la OMT publicó un artículo titulado Overtourism? Understanding and managing Urban Tourism growth beyond percepción? Su lectura permite intuir que el sector está algo preocupado y se plantea cómo hacer para mantener los excelentes ritmos de crecimiento (y ganancias) atendiendo, por primera vez, a la mala fama que hoy tiene la actividad entre una parte de la sociedad. Una “mala fama” por sobre saturación (turistización), que no sólo afecta al residente, al receptor del turismo, sino también al propio turista. Y esto último resulta más grave para el sector siendo, además, los países ricos los principales emisores de turistas a nivel mundial.

El sector del turismo-inmobiliario reacciona echando balones fuera. Son las administraciones públicas las que tienen que planificar mejor, de cara a distribuir más la oferta y no saturar sólo ciertas zonas; regular la oferta no reglada para evitar la competencia desleal y la “posible democratización de los beneficios del turismo”; y producir más vivienda social para cubrir las necesidades de los empobrecidos, los que no les interesa tanto como clientes y, así, dejar tranquilo al mercado de vivienda libre, desregularizado y altamente lucrativo. Pero, ni las administraciones públicas ni el sector, van a plantear ningún atisbo de decrecimiento.

Aunque parezca lo contrario, aún son pocas las voces díscolas contra el turismo, los “turismofóbicos”. Las masas sociales y los gobiernos que administran no creen que haya que limitar el número de turistas, y aún menos el sector. Pero cada vez son más claros y bien construidos los argumentos de esos sectores críticos, siendo los movimientos sociales los que mayores avances están realizando en la protección de este derecho que es la vivienda y que, desde lo público, parecen no entender. Hoy nos fijamos en la creación de Sindicatos de Inquilinas en las principales ciudades del Estado que, mediante la sindicación, el asesoramiento colectivo, la investigación en profundidad de las causas y de los agentes responsables de la nefasta situación de la vivienda en nuestro país, están construyendo discurso político. Una vez más, la autoorganización social demuestra que es la mejor herramienta y estrategia de lucha frente a las injusticias y los desequilibrios que ejerce el sistema capitalista.

China Cabrerizo.
Doctora en Geografía y Técnica Urbanista. Escritora.

Brevísima reseña:
“La ciudad negocio. Turismo y movilización social en pugna”.
China C. Cabrerizo.
Cisma editorial. Madrid, 2016.
En este libro, la autora realiza un acercamiento poliédrico al turismo, una de las actividades más exitosas del capitalismo, desenmascarando sus bondades como motor económico. Un paradigma (el turismo) que permite reflexionar sobre cómo trasformar radicalmente la sociedad contemporánea.

Notes:

  1. https://elpais.com/elpais/2018/09/11/seres_urbanos/1536665339_030667.html
  2. https://elpais.com/economia/2018/05/09/actualidad/1525891014_281592.html
  3. El fenómeno recuerda cuando George W. Bush, tras los atentados de las Torres Gemelas, dijo “quién no esté con nosotros está con el terrorismo”, globalizando el término terrorismo, iniciando la guerra contra el terror, dividiendo la sociedad mundial, expandiendo el deseo de seguridad y, por tanto, el control social.
  4. Los 1.326 millones contabilizados (fuente: OMT) suponen el 18% de la población mundial (7.530 millones de personas según el Banco Mundial en 2017), lo que no significa que un 18% de la población viaje por turismo, pues lo que se cuenta son llegadas internacionales, independientemente de la identidad de cada una.

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