(Galde 16, otoño/2016). Karlos Ordóñez Ferrer.
Todo queda empapado mientras se lee uno de los libros más tristes. La historia de dos familias recorre tres décadas de silencio, de mirar para otro lado, de humedad con musgo en las consignas, de una patria que pretende ser Patria con tiros y con el convencimiento de lo sagrado, lo intocable, lo innombrable. Entre el tinto y el kalimotxo.
Fernando Aramburu ha escrito un libro doloroso. Hay quien dice, necesario. Un libro que daban ganas de terminar para dejar de sentir tanta congoja provocada por una empatía hija maldita de una literatura muy bien escrita. El endiablado dominio de los tiempos narrativos impedía dejarlo en la estantería e ir a otra cosa. A ver, por ejemplo qué pasaba con el proceso de paz en Colombia o con los ladridos del ultraTrump. Aquí, en casa había llovido sin tregua. Y nuestro presente, con tres décadas de trincheras mentales nos convocaba a cerrar el paraguas. A dejar que nuestros hombros se empaparan de qué ha sido de ti. Cómo he vivido tu dolor. Cómo tú mi silencio.
Aramburu cuenta la historia de dos familias. Fabrica unos personajes creíbles en el caso de las víctimas. Calla que te van a oír. Sólo quiero saber qué paso por tu cabeza. ¿Fuiste tú el que apretó el gatillo? Me voy lejos de aquí, donde nadie me pregunte, donde nadie sepa qué cargo en mi dolor. Moriré tranquila cuando me pidan perdón.
Látima que por el otro lado se dibuje con una brocha demasiado gruesa a personajes de hierro. Con una humanidad ausente. Alimento de estereotipos mezclado con certezas que pocos se habían atrevido a escribir mientras llovía. Personajes no tan creíbles, demasiado fabricados con titulares, demasiado alejados de la complejidad de personas hijas de tiempos blanquinegros y violencia también del Estado.
Pero más allá de ello, quitando capas de cebolla, Aramburu enfrenta a dos familias para hablar de la complicidad de todo un pueblo con el silencio cómplice. Y ahí entra en un terreno necesario para nuestro futuro: ¿Por qué callamos tanto tantos? Es una reflexión aún pendiente. Pero quizá no es buen ejercicio hacerlo desde una ficción escorada y que pasa de puntillas, y caricaturizando a un sector que aún pasea los viernes los rostros de sus hijos por las calles bajo la batuta de una música triste como la pregunta más terrible. Y todos estos años, y todo este dolor, y tanta lluvia ¿para qué?