(Galde 12, otoño 2015). Antonio Duplá. El filósofo Reyes Mate, una de las voces más lúcidas hoy sobre la violencia y las víctimas, subraya de forma insistente la importancia del llamado “deber de memoria”. Se trata de un imperativo ético que surge de la experiencia de los Lager del nazismo y que se puede, se debe, aplicar a todas aquellas sociedades que han sufrido una experiencia de violencia y sufrimiento. La recuperación de esa experiencia traumática debe basarse en la memoria de las víctimas, testimonio fundamental que cuestiona las justificaciones de los victimarios y que apelan al “nunca más”, a que no se repite la barbarie.
En ese “deber de memoria” de la sociedad vasca puede inscribirse La mirada del otro, la obra de teatro de la compañía Proyecto 43-2 (http://web.proyecto432.com) que hemos podido ver hace poco en Euskadi. La obra gira en torno a los encuentros restaurativos que se produjeron en Euskadi, básicamente en el centro penitenciario de Nanclares en los años 2011 y 2012, a partir de una iniciativa de los presos de la llamada “vía Nanclares”, que propusieron, dentro de su recorrido autocrítico y de cuestionamiento de su trayectoria vital como victimarios de ETA, encontrarse con familiares de sus víctimas. La iniciativa, coordinada por la profesora de Derecho Penal y especialista en mediación penal Esther Pascual, con la ayuda de una serie de mediadores y apoyada de forma decidida por la Dirección de Víctimas del Gobierno Vasco durante la etapa del lehendakari Patxi López, está en estos momentos lamentablemente en vía muerta.
El espectáculo se conforma como la primera parte de una trilogía sobre Euskadi, sobre la memoria colectiva y la convivencia con el otro, que la compañía Proyecto 43-2 pretende llevar a cabo, de la mano de una concepción del teatro como herramienta de reflexión y debate colectivos. La compañía prepara sus montajes a través de un riguroso proceso de investigación previa sobre el tema elegido y, en ese sentido, para el montaje de La mirada del otro han recurrido a un intenso trabajo de documentación, así como a una serie de entrevistas con personas implicadas en los encuentros restaurativos, tanto de reclusos, como víctimas y mediadores y facilitadores.
La obra es valiente y dura. Escenográficamente sobria, incluso austera, quizá para subrayar más todavía la importancia de la palabra, tres actores Ruth Cabeza, Pablo Rodríguez y María San Miguel nos hablan desde el escenario. Acompañados tan solo de un par de mesas y unos taburetes, una hija de un padre asesinado, un victimario y una mediadora desgranan sus reflexiones, sus miedos, sus incertidumbres, sus expectativas ante y durante ese encuentro cara a cara entre víctima y victimario. La brutalidad y sinrazón de lo vívido en las últimas décadas en Euskadi quedan claras. El desgarro producido en la víctima por la desaparición repentina e irreversible de un ser querido, injusamente arrebatado, el odio primero y la serenidad después ante ese desgarro, la grieta que supone en el victimario la posibilidad de pensar en la cárcel (antes no se pensaba), sobre lo ocurrido y su responsabilidad, la brutalidad también del sistema penitenciario, el acercamiento entre dos realidades aparentemente irreconciliables, todo eso y mucho más aparece ante el espectador de manera clara y convincente. Para profundizar más en el tema, las representaciones se acompañan de un debate entre los actores, el público y algunas personas participantes en la experiencia de los encuentros (en Vitoria, en el teatro Felix Petite, Josu Elespe (víctima participante en los encuentros restaurativos), Jesús Loza (de la Fundación Fernando Buesa) y Alberto Olalde (mediador). Independientemente del acierto o no de la fórmula del teatro-forum posterior (podría pensarse también que la fuerza de la obra lo hace innecesario y su impacto puede ser mayor repensando despacio cada uno y cada una lo visto y oído), La mirada del otro es una llamada a nuestras conciencias como ciudadanía responsable de conseguir una convivencia digna y consciente tras años de terrorismo.
En unos tiempos postmodernos de banalidad y evasión, en una sociedad como la vasca que parece preferir pasar página sin reflexionar con la debida profundidad sobre lo sucedido, esta propuesta teatral es no solo interesante, sino necesaria y absolutamente recomendable. Ojalá pudiera representarse a lo largo y ancho de Euskadi, en teatros, colegios, centros cívicos y gaztetxes. El público presente en Vitoria, no excesivo, no sé si permite ser tan optimista. ¡Larga vida a Proyecto 43-2!