El mal francés

 

Galde 38, udazkena 2022 otoño. José Luis Gómez Llanos.-

La política francesa siempre ha despertado un importante interés a este lado del Pirineo y su sociedad ha sido el espejo en el que nos hemos visto para bien o para mal. Los numerosos pensadores y creadores españoles que no tenían cabida en los autoritarismos institucionalizados a punta de bayoneta en nuestra patria, a lo largo de las dos centurias pasadas se cobijaban en el país vecino, para traernos a su vuelta enseñanzas que serían más tarde introduciéndose en nuestra vida pública. Hoy ya sabemos que eso tuvo sus límites e inconvenientes. Francia país de Descartes, Voltaire y de Rousseau, de la Revolución del 1789, Víctor Hugo, siempre ha sido un punto de referencia y un crisol de enseñanzas sin igual para España. ¿Lo sigue siendo todavía hoy? ¿En qué momento político se encuentra el país vecino?

Seria pasar al lado de lo esencial encajonar los análisis de la situación francesa recurriendo a categorías de entendimiento clásicas o enmarcadas en cuerpos conceptuales habituales, nutridas de tablas estadistas sesudas, por lo que nos remitimos a adelantar unos apuntes para su eventual uso sociológico si necesario, donde la subjetividad ha acaparado un espacio privilegiado. Veamos.

Tras las elecciones presidenciales y legislativas, los franceses consideran que el panorama político se ha hundido. Es cierto que una mayoría de ellos dio al Presidente de la República Macron un nuevo mandato pero en el proceso legislativo posterior, sólo se le dio una corta y relativa mayoría en la Asamblea Nacional, que no le permite gobernar sin problemas. Sin embargo, la gravedad del contexto internacional, europeo y francés exige decisiones urgentes que difícilmente podrán adoptarse. Así, ni la anémica mayoría relativa, ni las oposiciones, mayoritariamente impulsadas por el radicalismo, parecen ser capaces de satisfacer las expectativas de los franceses. La abstención masiva de los electores alcanza el 50 % lo que atestigua la pérdida de confianza en las instituciones de la República, pero también en la de las fuerzas políticas, de las que los ciudadanos dudan que estén al servicio del país y del bien colectivo. Es muy probable que las gesticulaciones de que de la mayoría desvitalizada salida de las urnas, sin brújula ni proyecto, y enfrentada a una oposición radicalizada no permita hacer frente a los grandes retos que tiene el país

En este contexto, en el que el sistema político e institucional francés está viendo cuestionado su legitimidad y su eficacia, el pueblo francés anhela el regreso de un gobierno que pueda actuar de nuevo de forma respetuosa, es decir, dirigiéndose a la inteligencia colectiva de la ciudadanía. Es en este contraste entre la situación política y las profundas aspiraciones del pueblo francés que radica el riesgo de un grave corto circuito político *del que se aprovecha la extrema derecha “des-diabolizada”. El posible bloqueo de las instituciones, el aumento previsible de la violencia en los debates parlamentarios, y sin duda a largo plazo en las calles, ofrecen una perspectiva sombría para el país. El daño es profundo. El divorcio entre el pueblo y los políticos es total. Cada vez son más los franceses que no se sienten escuchados y, lo que es mucho más grave, respetados.

La desintegración del debate público y del pacto cívico es el resultado del colapso de las instituciones, y del comportamiento político y sectario en la violencia verbal y numérica, hasta el punto de que ya no queda casi nada del espíritu republicano que hizo la unidad e indivisibilidad de la Nación. La transición a un mandato presidencial de cinco años ha privado mecánicamente al Jefe de Estado del tiempo necesario para asentar su poder de arbitraje con un apoyo legislativo substancial. La elección de los diputados a raíz de esto ha llevado a un desencaje del Parlamento, sometido a una tecnoestructura fría e inconexa y al ejercicio aislado del poder presidencial.

Al otro lado, la izquierda, siempre ha forjado la esperanza la aspiración de “unirse”, incluso podría decirse que es una de sus recurrentes señas de identidad. Sin embargo pese a que su unidad sólo debería ser posible basada en la claridad de las posiciones compartidas, el acuerdo “melenchonista” alcanzado se basa en concesiones culpables hechas al extremismo porque mediaba la satisfacción de mantener algunos puestos electorales aquí y allá, sacrificando convicciones y valores. Todo parece indicar que no haberles importado demasiado que esa unión se haya logrado abandonando la exigencia de la verdad y la credibilidad, sin las cuales los humanistas ya no tienen brújula. Como también parecen haber olvidado que la izquierda transformadora, por su tradición pluralista, puede ser la única capaz de aglutinar las diferentes aspiraciones de progreso social, económico y social, económico, medioambiental y democrático.

¿Es la NUPES (unión de comunistas socialistas y ecologistas) la expresión más genuina de la izquierda? La reconstrucción de una verdadera perspectiva socialdemócrata como vector de una sociedad más justa y ecológica que evite el vértigo rupturista siempre latente en su seno, se aleja irremediablemente

Sin ir más lejos este verano de 2022 ya no bastaba con aseverar que la crisis climática no era otra cosa que la crisis del modo de producción capitalista que diseca y absorbe de un modo destructivo el entorno vital, si mientras no se hace lo necesario para combatirla, produciéndose un agravamiento más de lo habitual de la miseria y la angustia de las clases desfavorecidas, agravada por la sequía y el calor agobiante, cuando no han visto acercarse las llamas hasta sus hogares, interrumpidas sólo por violentas tormentas e inundaciones.

La sociedad francesa, más fragmentada y polarizada que nunca, histérica por un continuo debate incontrolado sobre la inmigración entre otros, ya no se ve como un lugar de experiencia compartida de la política, sino como un conjunto fragmentado de grupos sociales que ya no se entienden ni hablan entre sí. Las crisis sociales más recientes, por el efecto dominó que han generado (el movimiento de los Chalecos Amarillos es una de ellas), pusieron de manifiesto las profundas fisuras de la sociedad lo que ha llevado a los gobiernos a favorecer una gestión política inmediata, destinada a apagar el fuego, en detrimento de una comprensión profunda de la ira de la que no habían previsto su advenimiento.

Y mientras, tanto la inmigración sigue en el aire acarreando toneladas de incomprensión, como han puesto de manifiesto los discursos de la reciente campaña presidencial y el vergonzoso resultado de la extrema derecha. Las clases dirigentes, la derecha como la izquierda adoptan ante ello, como ante el resto de problemas una actitud de servilismo, de incuria, de impericia, de cinismo como de miedo y su coralario, el desprecio de la libertad, la libertad de pensamiento que desemboca en un país regulado al extremo que ha paralizado la creatividad produciendo un lento y continuo proceso de declive. La izquierda por otras razones además naufraga en un islamo-izquierdismo pueril y suicidario, considerado como complicidad del islamista rampante en su propósito de la democracia.

Estas elites al mando del país antes de admitir sus errores e intentar corregirlos persisten en llevar al país al caos respecto de la inmigración mediante comportamientos que suponen un auténtico desafío a la más mínima comprensión. Su indiferencia ante el auge de la ideología islamista, además del clientelismo, alimenta el comunitarismo de la mano de una lamentable y obsesiva propensión por el arrepentimiento nacional y la mala conciencia existente frente a su pasado colonial.

En su fabula La rata y el elefante Jean de la Fontaine nos dice:” Creerse un personaje es muy común en Francia, donde se crea un hombre importante, y en eso se plasma El mal francés. Una estúpida vanidad nos es particular. Los españoles son inútiles pero de distinta manera”.

En lo que nos concierne esto último además de discutible, es ya otra historia.

José Luis Gómez Llanos, es sociólogo

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