(Galde 18, primavera/2017). Jasón & Argonautas. Es una realidad: la cultura, entendida como artes y humanidades, desconfía de la ciencia y mucho más de esa hija aplicada que es la tecnología. Quizás se deba a que la invasión de artilugios en nuestra vida cotidiana se produce en unos momentos en que el espacio social y académico de las humanidades, la filosofía y otros saberes tradicionalmente cultos, se va reduciendo como una cabeza jíbara. Sin embargo, si la moda, la gastronomía y las procesiones de Semana Santa son consideradas cultura, cuánto más han de serlo losdescubrimientos y avances que nos van distanciando, al menos en apariencia, del simio originario.
I. Inteligencia digital.La prensa se está tomando muy en serio su función divulgadora. No pasa día sin que nos sorprenda con la revolución que se espera en pocos años: turismo espacial, tejidos aromáticos que ni se ensucian ni se planchan, tomates que recuperan su antiguo sabor y sobre todo,automóviles y telecomunicaciones. Tal fervor divulgativo-tecnológico cabe pensar maliciosamente que alguna relación tendrá con la promoción de marcas y modelos. Aún con todo, nos vamos haciendo una idea del universo BladeRunner que nos espera: vehículos autónomos, coches voladores y ociosos conductores universalmenteinterconectados. Un mundo feliz sin atascos ni accidentes. Una nueva generación de televisores que pasa de las pantallas de cristal líquido a las de nanopartículas luminiscentes. Hay una firma que ya los ha presentado colgados en las paredes del Louvre sin cableado alguno, cual modernas obras de arte. La cosa no augura buen futuro para Mona Lisa y demás antiguallas de la famosa pinacoteca.
Donde el periodismo tecnológico excita su imaginación es en la descripción de un mundo próximo robotizado. Las máquinas pensantes habrían abandonado los laboratorios y estarían ya entre nosotros. Expertos europeos, nos dicen, calculan en casi 2 millones los robots existentes en el mundo, y su número crece vertiginosamente. Se calcula que para 2021 habrá 46.000 millones de aparatos conectados a Internet.Se anuncian los robots cirujanos que operan de manera totalmente autónoma, tutores autómataspara educar a los niños como ningún padre o maestra podría hacerlo, inteligencias artificiales que escriben poemas, componen sinfonías o pintan cuadrose, incluso, robots que ganan fortunas jugando al póker o imbatibles al ajedrez.
II. Inteligencia clásica. Desde que Umberto Eco escribiera Apocalípticos e Integrados sabemos que ante cualquier cambio de época, la élite pensante se escinde entre quienes lo aplauden deslumbrados y quienes profetizan calamidades. En nuestro caso, el buenismo de quienes creen que las máquinas, más listas que nosotros, vienen para ayudarnos, frente a quienes auguran ya la desaparición de casi la mitad de los puestos de trabajo en los países avanzados; sin obviar los peligros de que los modernos Golem y Frankenstein se descontrolen y finiquiten la humanidad. La verdad es que no tranquiliza el saber que en los dos últimos años la sociedad ha generado más datos que en toda su historia anterior. Hay expertos que piden una pausa para reflexionar, mientras que otros llevan su imprudencia al extremo, como el ingeniero chino ZhenJiajia, quien tras fabricar un androide con forma de mujer se ha casado con ella, o mejor dicho, con ello.
Las certezas de la gente común con frecuencia tienen más que ver con la fe que con la investigación científica. Así, la mitad de la población cree que la homeopatía es beneficiosa aunque no exista evidencia que lo pruebe. Este distanciamiento puede ser debido a la complejidad de los procedimientos científicos. Por ejemplo, el que la ciencia haya identificado los 287 genes que provocan la calvicie no ha hecho disminuir todavía el número de calvos en el mundo.
Quien no se interesa en absoluto por la investigación científica es el gobierno, que en los últimos años no ha cesado de disminuir el presupuesto destinado a I+D+i. España ha logrado situarse, según Eurostat, por debajo de Hungría, ese país donde se prohíbe la estrella roja de Heineken por comunista y se quiere cerrar la Central European University por progresista y liberal. ¡Qué política científica cabe esperar de un gobierno que no tiene siquiera un plan para evitar que una invasión zombie acabe en apocalipsis, como puso de manifiesto con su pregunta Carles Mulet, senador de Compromís. La cuestión era ingeniosa y pertinente para mostrar las vergüenzas del gobierno. ¡Lástima que fuese un plagio más grande que la tesis del rector de la Universidad Rey Juan Carlos! La misma pregunta la formuló a su gobierno ya hace unos años un diputado canadiense. En cuestión de ciencia nos pierde la pereza. Ya lo sentenció Unamuno con su famoso y desacertado: ¡Que inventen ellos!