Galde 35 negua 2022 invierno. José Ignacio Lacasta-Zabalza*.-
¿Qué es una hipóstasis? Es un fenómeno, un proceso, extraído de la teología, que trata de la relación entre sustancias y personas diferentes al completo. Cosas, objetos y sujetos, de diferente naturaleza. Esta palabra griega puede entenderse mejor cuando se sabe que alude, por ejemplo, a la “unión hipostática de la naturaleza humana con la divina en Cristo”. Como la divinidad no se convierte en carne humana, ocurre que se produce una asunción de la humanidad en Dios; en latín sed assumptionehumanitatis in Deum.
Este procedimiento es una pieza clave para explicar lo inexplicable; que Cristo era a la vez hombre y Dios e incluso el misterio de la Santísima Trinidad. Que no en vano es un misterio, acerca del cual, de su rechazo, se dieron las posturas heréticas, pero cargadas de serias razones, desde Arrio (y el arrianismo) hasta las de Miguel Servet (quemado junto a sus libros en una hoguera suiza por la instigación de Calvino en persona).
Se piden disculpas aquí por esta excursión teológica, que, sin embargo, viene a cuento porque desde algunas posiciones indigenistas y críticas del neocolonialismo, se establece un mecanismo similar al de la hipóstasis. De una crítica a las atrocidades cometidas bajo el Imperio español, de las que no hay que dudar pero sí delimitar con exactitud histórica, los críticos del neocolonialismo pasan a responsabilizar a España de esos desmanes y, en un salto hipostático, en una cabriola ilícita por irreal y mentirosa, a los españoles.
Y, ¿a quién de la península ibérica, a un servidor desde luego, no le han pedido en América, a veces muy en serio, que “devuelvan el oro y la plata que se llevaron”? Procedimiento hipostático que falla por su base porque la ciudadanía y la población peninsular de hoy nunca se llevó nada.
El escritor navarro Miguel Sánchez-Ostiz cuenta que en Bolivia le bombardearon con ese discurso victimista y falaz acerca de culpar a los españoles de todos los desastres (bastante abundantes desde luego) ocurridos en Bolivia. Este escritor desmontó la motivación, carente de toda ética, de ese procedimiento: “es mucho más cómodo que los españoles de hoy sigan siendo los mismos que conquistaron estas tierras, y que el español de hoy deba pagar por ello”.
Además, toda mentira que se precie, y más las de ese grueso calibre, ha de repetirse para que, entre los adeptos a la hipóstasis, a su vez se la crean. Tal como lo refleja el profesor colombiano Darío Indalecio Prieto (2012) de quien no hay noticia de su autocrítica ni rectificación del siguiente disparate: “La colonización no ha terminado (…) y no nos han devuelto el oro y la plata, ni el equivalente de materias primas que se llevaron de América”.
¿Quiénes son esos que no les han devuelto sus riquezas? No se trata del Imperio español, que murió en esas tierras a manos competentes de Simón Bolívar hace la friolera de doscientos años; sino de, una vez más, los españoles.
Y a propósito de esos dos siglos, ¿qué han hecho ustedes todo ese tiempo de independencia que no es, de cierto, un fin de semana? Se lo vamos a decir: no han mejorado la situación de los pueblos aborígenes y afrodescendientes, siempre ubicados entre las capas más pobres de la sociedad de esos países. Los cuales, en su conjunto, tampoco han resuelto, casi ni paliado, la enorme desigualdad social allí presente y a la vista de todo el mundo.
El nuevo Presidente del Perú Pedro Castillo sostuvo en su discurso de toma de posesión que durante los tres siglos de explotación del Perú por parte de la corona española, los minerales extraídos “sostuvieron el desarrollo de Europa” (y el de España, claro) (Público 30. 7. 2021). Sólo que en España, en la sociedad española, el 95% de la población no conoció ningún “desarrollo” y permaneció en fuertes proporciones en la miseria, pobreza y analfabetismo hasta bien entrado el siglo XX. Lo cual puede consultarse en la obra del pensador colombiano Gerardo Molina, o en la de los historiadores Antonio Domínguez Ortiz, el francés Joseph Pérez o en la pervivente de Rafael Altamira.
Más les valdría a Pedro Castillo, pero también al venezolano Nicolás Maduro y al mexicano López Obrador, bucear en sus propias realidades sociales e intentar desentrañar lo que planteaba el peruano José Carlos Mariátegui ya en los años veinte del siglo veinte. En su agudo trabajo, todo un clásico, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana: “Mientras el virreinato era un régimen medieval y extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene, por consiguiente, la República deberes que no tenía el virreinato. A la República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber, la República ha pauperizado al indio, ha agravado su misión y ha exasperado su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras”.
Y esto es algo que no quieren aprender tantos y tantos promotores de la crítica al inventado neocolonialismo: que la colonia hace dos siglos que no existe.
*Catedrático emérito de Filosofía del Derecho.