Galde 46, Udazkena 2024 Otoño. Santiago Eraso Beloki.-
Desde hace unas décadas, en diferentes lugares de mundo, incluida Europa, las fuerzas políticas más reaccionarias y explícitamente ultranacionalistas y racistas están recibiendo cada vez más apoyo electoral. En las últimas elecciones regionales alemanas celebradas en Turingia y Sajonia ya han alcanzado más de un treinta por ciento de los votos, las mismas cifras con las que en los años treinta del siglo pasado el Partido Nacional Socialista de Hitler comenzó a gobernar. Después ya sabemos lo que ocurrió. Aunque las circunstancias no son las mismas y las posiciones estratégicas de sus políticas no puedan compararse, lo cierto es que resurgen de las cenizas de la historia los viejos fantasmas del fascismo y el nazismo, pero a su vez otros como el neofranquismo en España, formas posestalinistas en el Este de Europa, como la Rusia de Putin o la Hungría de Orban, islamistas fundamentalistas o derivas autoritarias del neoliberalismo, como en EE.UU.con Trump o en Argentina con Milei. Detrás de todas esas formas de la política, aparecen las sempiternas proclamas al orden, a los “propios” valores y virtudes; a la seguridad y a la identidad nacional o al orgullo racial y patriótico; a la estabilidad en el trabajo y el bienestar de “los nuestros” frente a “los otros”; a las creencias religiosas del lugar; o a los roles tradicionales de género, es decir el binarismo hombre/cultura – mujer/naturaleza y, en consecuencia, la familia heteronormativa.
Los discursos apelan, casi siempre, a una especie de fantasmagoría romántica de un “tiempo perdido” donde se supone que alguna vez esas figuraciones idealistas existieron como realidad. En las primeras páginas de su reciente El tiempo perdido. Contra la Edad Dorada. Una crítica del fantasma de la melancolía en política y filosofía, Clara Ramas escribe que hoy tenemos una epidemia de “nuevos melancólicos a la busca del objeto y el tiempo perdido”. Melancólicos que se consideran a sí mismos la voz de la verdadera autenticidad de “ser”. Según ellos, esa supuesta autenticidad les ha sido arrebataba por fuerzas del desorden ideológico posmoderno, el feminismo queer, la cultura woke de la diversidad, la teoría de la raza, el globalismo o las migraciones.
Para esta profesora de la Universidad Complutense de Madrid y autora también de Fetiche y mistificación capitalista. La crítica de la economía política de Marx en España la voz de esos adalides de la autenticidad goza de gran presencia e impacto social, político, mediático y cultural, y son cada vez más influyentes en el imaginario electoral de la ciudadanía. Con matices ideológicos, algunos más escorados a la derecha y otros a la izquierda comparten una certeza: la melancolía respecto del «objeto perdido». Según la profesora Ramas “se les escucha argumentar tesis como las siguientes: el bipartidismo administraba una forma estable y respetable de política; los nuevos partidos han introducido polarización y odio en la esfera pública; antes teníamos una España unida; se están perdiendo los valores; tanta libertad es más bien libertinaje; la ideología del progreso está politizando y disolviendo todo lo valioso; se vivía mejor antes, en la generación de nuestros padres; otras culturas preservan formas de vida sólidas y sustanciales articuladas por valores tradicionales, religiosos, mientras que el globalismo consumista turbocapitalista ha destruido a Occidente; el feminismo, el ecologismo y el antirracismo han caído en la trampa de la diversidad y se dedican a hacer política para minorías o identidades en lugar de defender a la clase trabajadora; la izquierda se ha vuelto woke y posmoderna y ha abandonado la verdadera lucha de clases; la «ideología queer» efectúa un borrado de las mujeres definidas por sus cromosomas, sus hormonas y sus genitales, es decir, por su «biología»; la lucha LGTBIQ+es ajena al feminismo, que se ocupa del sujeto «mujer», la lucha por la igualdad era legítima, pero, últimamente, el feminismo está yendo demasiado lejos (como precisamente insiste el feminismo transexcluyente); ser varón, blanco, heterosexual constituye una identidad perseguida y en peligro”.
Estos tiempos melancólicos, como enuncia desde el mismo título el libro de Wendy Brow, serían. Tiempos nihilistas, en los que las coordenadas filosóficas, sociales, económicas, ecológicas y políticas del valor y los valores están profundamente desestabilizadas y, como consecuencia de esa desorientadora condición contemporánea, estamos observando el ascenso de fuerzas ferozmente antidemocráticas que, ante el miedo a la pérdida de esos valores fundamentales, se reafirman abiertamente en regímenes autocráticos o teocráticos, en exclusiones violentas o en supremacías raciales, étnicas y de género. Según esta profesora de la Universidad de Berkeley, “estos valores y tradiciones están saturadas asimismo de las mismas suposiciones e ideas que generan muchos de nuestros problemas actuales: desde antropocentrismos imprudentes y humanismos racistas y sexistas hasta concepciones objetivistas del conocimiento, descripciones del trabajo que excluyen los cuidados o una “naturaleza” convertida en mero material pasivo. […] Incluyen también formulaciones del tiempo y el espacio que reniegan de sus muy a menudo violentas implicaciones excluyentes, depredadoras o coloniales”.
Para Clara Ramas esa melancolía nihilista es además una forma de impotencia. “En los discursos chillones sobre la grandeza del pasado o la patria -dice- se esconde en realidad un grito caníbal. O conmigo o con nadie. España es mía o que se hunda España. La política es mía o de nadie. La familia es como yo digo que es o no es familia. Es el grito del ego: yo lo devoraré todo. Los melancólicos caníbales no custodian el objeto, custodian su privilegio, su dominación y su posesión sobre el objeto. No les importa.el orden, la patria, los roles de género o la familia; les importa su dominación patrimonialista sobre el orden, la patria, los roles de género o la familia. […] No son idealistas, son egocéntricos y resentidos. No son guardianes de los valores, son narcisistas. Su amor es despotismo”. El melancólico –añade Serra- tiene un mandato para el futuro: que todo vuelva a ser como antes. En lugar de generosidad y grandeza de miras para acoger la novedad y lo que está por venir, el melancólico se repliega en una visión estrecha donde solo caben los que ya son como él. Pero, “lo que añora el melancólico, nunca existió tal y como él añora. El pasado en el que nuestros padres vivían mejor que nosotros nunca existió. Se sostenía, como lo de ahora, sobre una serie de dolores silenciados, de renuncias y frustraciones, de limitaciones. Producía, como ahora, otras oportunidades diferentes de plenitud y sentido. Había algunas certezas que quizás ahora no tenemos, pero también silencio y violencia, también carencias e impotencia”.
Precisamente, frente a la incertidumbre de estos tiempos se pregunta Brown, “¿Cómo se deben plantear los “valores” en este presente tan desorientador?”; y Ramas añade, “¿En torno a qué construimos una comunidad?”. Azahara Palomeque, en su Vivir peor que nuestros padres abre algunas potencias para pensar el devenir de las siguientes generaciones. Pasarían por rescatarnos de paradigmas obsoletos que han perdido legitimidad, han fallado en la distribución de derechos que prometían, han dilapidado una naturaleza de la que somos parte y han engrandado una soledad patologizada desde la que es difícil elevar cualquier esperanza. Pero el miedo –añade- se puede reajustar en relatos alternativos que no se retrotraigan a un hipotético paraíso perdido. A lo que la propia Ramas agrega: “[…] si la melancolía no puede fundar programa político alguno, si puede encontrar una salida de otro tipo: tener patria es una promesa por narrar, no un patrimonio que pueda guardarse en la cartera, no una mercancía que adquirir o un insulto que escupir al de enfrente. Se honra a la familia, la patria o a Dios, reescribiéndolos, imaginándolos, reconstruyéndolos, anhelándolos siempre. Sigue siendo una tarea por construir.” No hay atajos, concluye.