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IDOIA_ALVARO_1965-271

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Entrevista a Idoia Estornés

Bidali iruzkina 28 June 2015 egilea inaki

(Galde 10, primavera 2015). Idoia Estornés Zubizarreta, “una chica de los 60”, ofrece un  itinerario vital, vamos a decirlo así, movido. Nacida en Santiago de Chile, llega a Euskadi a finales de los años cincuenta, estudia en la universidad del Opus en Navarra, ha vivido en París y Londres, se ha recorrido casi toda Europa, ha participado directamente en la lucha antifranquista y feminista, ha intervenido en numerosas iniciativas sociales, ha sido un elemento fundamental en la elaboración y actualización de la Enciclopedia General Ilustrada del País Vasco, la famosa Enciclopedia Auñamendi, ha colaborado como columnista, bajo el seudónimo “Casandra” en diferentes medios de comunicación, ha … De todo eso y mucho más habla en su libro Cómo pudo pasarnos esto. Crónica de una chica de los 60 (Donostia, Erein, 2013), por el que recibió el Premio Euskadi de Literatura en castellano el año pasado (en 1988 recibió el Euskadi de Ensayo). Idoia Estornés es también historiadora, estudiosa en particular del foralismo y el nacionalismo, con una vasta obra publicada, desde su primer libro de 1976, Carlismo y abolición foral. 1876-1976, hasta sus artículos más recientes en revistas especializadas como Historia Contemporánea o Cuadernos de Alzate. Nos ha parecido una persona cuyo testimonio y cuyas opiniones resultan particularmente interesantes, porque hablar con ella supone hacer un recorrido vivaz, apasionado y comprometido por la historia reciente de nuestro país.

 

IDOIA ESTORNES Y ALVARO DE LA TORRE HACIA 1965. Alvaro de la Torre

Idoia Estornés
Como pudo pasarnos esto,
una crónica generacional

Antonio Duplá. El título de tu último libro (Cómo pudo pasarnos esto) parece ya suficientemente expresivo. ¿Se supone que está referido particularmente al fenómeno ETA, a cómo se puede pasar de la admiración ante el presunto he­roísmo y generosidad de sus militantes a la conciencia del crimen y la barbaridad?

Idoia Estornés. Se refiere a la doble tiranía (franquista y etarra) que ha tenido que soportar mi generación (y las siguientes). Ha­bría tres grandes fases en ETA: hasta 1977, tras 1977 y a partir de la declaración de cese (2011). Tras haber admira­do como mucho antifranquista a la primera ETA, me di cuenta el 74 que lo que perseguía de verdad era el poder, para ella. Esto les ha pasado a muchos de mis entrevista­dos, casi un centenar. Escribí este libro a comienzos del nuevo siglo, en plena orgía homicida, indignada. Apenas toqué la interpretación luego. Es un testimonio previo al cese.

Después, en encuentros con lectores vi que la gente quiere hablar, contar su vivencia, antes de que nadie efec­túe una síntesis generalizadora por ella. También escribió antes de 2011 Saizarbitoria; su Martutene contiene una re­flexión de años sobre la sociedad vasca, la sedimentación de tanta vergüenza y silencio.

¿Alude también ese título a cómo el mundo nacionalis­ta consigue la hegemonía política y social en Euskadi?

I.E. La consigue, no tengo nada contra ello, yo también ayudé, la mayor parte de mis amigos. El problema es hasta qué punto esta hegemonía se sustenta en bases cien por cien legítimas. Y creo, con el corazón en la mano, que parte sustancial proviene del esfuerzo de ETA, del arrastre emo­cional del que fuimos objeto desde 1968 (Etxebarrieta-Pardines, Burgos, Carrero, fusilamientos, represión indiscrimi­nada). Y también de la factura correspondiente: aceptación objetiva de su liderazgo, de sus protocolos de coerción, de la presión sobre la sociedad, sobre programas y modos de actuación que sin ETA hubieran sido diferentes. De su «lim­pia» física de elementos no abertzales del patio de juego, con todas sus consecuencias políticas.

ETA detenta en 1977 un poder extraño a las demás orga­nizaciones vascas desde la guerra: el de la contestación vio­lenta ejercida. Esto atrajo a jóvenes que no conocieron el primer Franquismo pero sí la brutalidad de una policía enlo­quecida por el terrorismo y el fin de régimen. Y a bastantes «apolíticos», deseosos de hacerse olvidar su pasado; era la hora de lo que Stéphane Simonnet llama en su obra reciente los «resistentes de última hora». No hubo apenas fuerza en Euskadi, ni política ni sindical, que escapara a esta dinámica.

Sindical también, ¿te refieres a ELA-STV?

I.E. Sí. Estoy acabando un libro en el que al final me refiero a esto, en cómo hasta esta central sindical, siempre contraria a la lucha armada en la clandestinidad, acogerá luego de forma refleja (y tácita), el pathos místico-patriótico proveniente de ETA. Incluso cuando, años después de la Transición, la dentellada terrorista ame­nazó las bases de su «marco autónomo», patronos y afiliados.

No hay demasiados testimonios auto­biográficos de la historia de Euskadi en las últimas décadas escritos por muje­res (en realidad ni por ellas ni por ellos, como afirmas). En tiempos recientes re­cuerdo tu libro, en cierto modo la bio­grafía de Mikel Laboa escrita por su compañera Marisol Bastida, y también el de Arantza Urretabizkaia, Zuri-beltzeko argazkiak. Tú misma echas en falta en la Introduc­ción más obras de este tipo. ¿Qué perspectiva especial puede aportar esta mirada desde las mujeres?

I.E. No es tanto la mirada desde las mujeres (que tam­bién) sino sobre las mujeres. Sobre la historia sumergida de la mitad de la población, ellas. Sobre la base del iceberg cuya punta la componen las elites de «liberados de la espe­cie», liberados tanto por su rol reproductor como por un dominio detentado a través de siglos.

Esa mirada sobre las mujeres no ha sido patrimonio ex­clusivo de estas; ahora bien, ellas la introducen en la Univer­sidad (Women’s Studies de los 70), luego cobra prestigio en la historiografía. Hoy es el día en que las fechas del sufragio universal se han corregido, se sabe que hubo alcaldes muje­res en la España de los años 20, la evaluación en cifras del esfuerzo bélico en las dos guerras mundiales está cambian­do, se «descubre» que en la resistencia antifascista de la Europa ocupada hubo muchas mujeres que al llegar la libe­ración se quedaron no solo sin medallas sino sin nombres…

Autobiografías, memorias… No es cuestión de ponerse heroicas pero sí de descubrir el revés de la moneda: la mujer del minero y la del alcalde franquista, la chica que abastecía al maquis, la que se abrió camino en la profesión tras asegu­rar la del marido, la que escogió enfermería porque no podía ser cirujana, la mecanógrafa de panfletos que escribían otros… Romper con la invisibilidad asumida, la peor.

En esa misma Introducción hablas de la historia, desde tu condición de historiadora, y de los pro­blemas de distorsión de la memoria, así como de la importancia de los testimo­nios de distinto tipo. Si nos traslada­mos al plano colectivo, ¿cómo ves el problema de la historia y la memoria aplicado a nuestra historia reciente?, ¿cómo ves el problema tan manido, pero tan importante, del relato de lo ocurrido en Euskadi (o Vascolandia, por seguir tu terminología)? ¿Un relato único, varios relatos paralelos, relato oficial, relatos individuales, relatos co­lectivos, un fondo ético compartido, etc., etc.?

I.E. Habrá múltiples relatos pero solo se debe llegar a una historia, aunque abierta. Hasta hace poco solo se han conocido historias (y contra-historias), novelas nacionales, teleológicas, nacionalistas, aquí y allí y más allá. Las nacio­nes se crean, entre otras cosas, para dar seguridad a sus nacionales y una buena epopeya da moral, cohesión, suple las carencias individuales sobre todo (risa).

Descolonización, cambios de régimen, globalización, grandes emigraciones. ¡Vivimos un boom memorial a escala mundial! Todos queremos dejar constancia de cómo fue antes. En nuestro caso explicarnos las dos dictaduras aludi­das. Bases de datos, emisiones, conmemoraciones, museos, exposiciones temporales, memoriales, que con frecuencia obedecen a… pasión política. Es un periodo que tenemos que atravesar, algo saldrá: no hay historia sin memorias, sin espesor humano. Pero, no hay que olvidar que la memoria es individual, selectiva, frágil…

Por otra parte, a la hora de someter a disciplinas y están­dares de calidad la diversidad de relatos, no es buen proce­dimiento partir de premisas inamovibles. Mira por ejemplo lo sucedido en algunos países africanos como Benin o Senegal al abordar la historia del esclavismo en los registros: lo mismo cae el investigador sobre un descendiente (america­no) de esclavos que sobre un tataranieto de traficante local que lo vendió a los blancos… Qué decir del traído y llevado conflicto vasco (sería mejor conflicto entre vascos), tan poco remontable en el tiempo largo, unas tierras forales partíci­pes de pleno del esplendor de la España de los descubri­mientos y de los Austrias, caso similar al de Escocia, contra­rio al de Irlanda, Argelia o Palestina.

Tampoco cabe mezclar, intentar crear pasarelas entre víctimas de la guerra civil y la «justicia» de ETA, causa y efecto; interpretar lo acontecido entonces para legitimar su existencia. En Sartaguda, el «pueblo de las viudas» de Nava­rra, Bildu tiene 3 concejales frente a otros 3 de UPN, 2 inde­pendientes y 1 socialista. Si la pasarela se sustentara en bases reales ETA habría nacido en Navarra…

¿Cómo ves en ese relato, y también en el proceso actual de recomposición de la convivencia social y política, el papel de las víctimas? Realmente el reconocimiento so­cial de las víctimas de ETA ha sido tardío, ahora se están produciendo iniciativas de acercamiento y reconocimien­to de las distintas víctimas. ¿Qué te parecen esas ini­ciativas, son interesantes, esperanzadoras, prematuras, suficientes?

I.E. Prematuras no puesto que hay que aprovechar la vivencia. ¡Mejor esto que hacer hablar a los difuntos! Efec­tuar un inventario bien cimentado de víctimas en un pe­riodo específico, homogéneo (sin remontarnos al Géne­sis) me parece necesario. Sus testimonios ofrecen materia contrastable al historiador, reconocimiento social y psicológi­co a los afectados. Pueden además proporcionar elementos de reencuadre a los victimarios, a su anclaje social.

Pero la historia no se puede escribir solo desde las víctimas –las de ETA o las derivadas de su actuación–, sería una historia moralista que, como decía Marc Bloch, es la peor deriva del oficio de historiar. La historia instru­mental, como tribunal de justicia es nula. La historia debe ser fiable; tiene que vadear, con todo su aparato crítico a las espaldas, la frontera entre el alzhéimer real o simula­do y el elenco de memorias en carne viva. Aunque resulte incómoda. Nuestra historia no puede saltarse el protago­nismo central de ETA contra la construcción de un siste­ma democrático por todos los demás. Todas las víctimas del periodo derivan de su actuación y son responsabilidad suya. La violencia policial o afín la provocó también ETA; es el segundo elemento de su buscada tripleta: acción-represión-acción. Un éxito.

Euskal Literatura Sariak 2014. Iñigo Roque, Idoia Estornés eta Bernardo Atxaga

Euskal Literatura Sariak 2014. Iñigo Roque, Idoia Estornés eta Bernardo Atxaga

En relación con ese proceso de normalización social, de inevitable convivencia entre víctimas y victimarios en la sociedad vasca, ha surgido cierta polémica en torno a la entrevista al ex-etarra Iñaki Rekarte en el programa Salvados de Jordi Évole. Los comentarios se han suce­dido, han escrito un carta pública los hijos del matrimo­nio asesinado en Santander, ha respondido Évole, en fin, el tema es difícil, pero, como decía, estamos aboca­dos a esa «coexistencia» en nuestro pequeño país. ¿Cuál es tu opinión al respecto?

I.E. Tanto la entrevista de Leyre Iglesias como la de Évole son escalofriantes. A un chico de los 90, lleno de testosterona, guapo, ignorante, con curro, coche y novia, inmerso en la juvenilia abertzale (tras pasar por el chute), con un padre machacado en Intxaurrondo por nada, se le ofrece engrosar el panel de Héroes de la Patria. Se engancha.

Decenios después reniega del pasado, solo (casi) con­tra todos. Intenta ser otra vez un héroe, del valor indivi­dual. Su testimonio es valiosísimo tanto para la historia como para todos nosotros; ahora sí que está haciendo Patria, humana. Perdonar lo imperdonable es lo que da sentido al perdón escribió Derrida refiriéndose a la Shoa. Mu­chos no perdonarán, lo sabe y lo acepta, piensa así mismo «lo difícil es perdonarse a uno mismo». Lucha por su otro yo, por­que si no asumimos nuestra capacidad de inhumanidad ¿cómo poder asumir nuestra humanidad? (Karl Jacoby, en su libro sobre la violencia en la historia, creo).

¿En esa nueva sociedad que hay que ir construyendo, en la que, además, aparecen fuerzas políticas nuevas, más el aporte reciente de la inmigración, seguirá existiendo la fractura po­lítica tradicional entre abertzales y españolistas? Lo digo re­cordando que en tu libro hay, lógicamente, muchas referen­cias a ELA-Berri y su denuncia de la izquierda vasca españolista («social-imperialista») y a que en la tradición de la que yo vengo (MC, EMK, etc.), precisamente se recuerdan los fero­ces sectarismos de los años sesenta y setenta. ¿Vamos a tener que seguir por esos carriles que a bastante gente nos aburren notablemente?

I.E. Me temo que mientras España siga aquejada del sín­drome de «pato cojo», sin pulso económico (fuera del euro rebajado y del recorte al débil), y prosiga en Europa el involucionismo del cada uno a lo suyo, tendremos etnomaquias para todos los gustos y aburrimientos. La nueva inmigración, esa que empieza a calificarse como problema en algunas escuelas vascas, va a darnos un buen toque de atención. Y no ha hecho más que empezar.

Volvemos ahora la vista atrás. Tú llegas a Euskadi a finales de los años 50. En estos momentos, varias décadas después y como resultado de la crisis económica, hay quien afirma que por primera vez las generaciones más jóvenes van a vivir peor que sus padres, con más incertidumbre, menos estabilidad, más dificultades para hacer planes de vida con cierta perspectiva. Ciertamente la sociedad vasca ha cam­biado de forma radical en todo este tiempo, se ha hecho más compleja, más diversa, pienso que más abierta, quizá también más desigual. ¿A partir de la experiencia que te da tu periplo vital compartes esa visión pesimista del futuro que espera a los más jóvenes?

I.E. Todo parecen catástrofes ahora pero hay que recordar que todo en Europa fue peor. Un siglo XIX de tuberculosis, emigración y lucha incesante; en el XX dos guerras mundiales, masacres sin nombre. Luego viene un paréntesis inesperado: el boom económico de la reconstrucción, la segunda oleada feminista, el increíble avance social de los 50-70, el buen vivir. Todo parece ir mal pero millones de chinos salen de la miseria, África crece como nunca, Tirano Banderas se despide de Amé­rica Latina. Occidente ya no domina el mundo, vivimos un pe­riodo de transición entre progreso general y caos mundial, un reequilibrio entre revoluciones diferentes. Los europeos de­bemos defender nuestros valores y mantenernos juntos, de­jarnos de embrollos de campanario. Nuestros jóvenes nos tienen a nosotros y lo saben.

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Hablas en tu libro, en varias ocasiones, de las patrañas míticas (Jaun Zuria, Tubal, etc.) de la historia vasca, o de otros mitos como el matriarcado. Es cierto que este país ha sido muy historicista, muy dado a sostener reivindica­ciones políticas en argumentos históricos, ciertos algu­nos, otros, con demasiada frecuencia, inventados. En rea­lidad, podemos decir que hasta los años sesenta o setenta del siglo pasado no surge una historiografía académica y rigurosamente científica, frente a la mezcla de historio­grafía-ideología-mitología de épocas anteriores, que veía el pasado como un secular enfrentamiento entre España y el pueblo vasco y nada más. ¿Cómo ves la situación de la historia ahora, desde tu condición de historiadora?

I.E. Echar mano del mito para historiar es como rehacer­se una virginidad, lo han hecho todos los historiadores en algún momento a fin de partir de un cero necesario: los genealogistas helenos o medievales, los reconquistadores de la España musulmana, los sionistas con su perpetuo exilio (que no existió), etc. Luego vino, como dices, la distancia crítica, la pasión por historiar sin anteojeras.

El peor mito con el que nos encontramos en estos mo­mentos aquí es el muy generalizado de que la guerra civil española afectó por encima de todo a los vascos, de que la represión franquista en Euskadi fue mucho mayor que en Extremadura, Andalucía, Galicia, Cór­doba, Oviedo, Rioja, Alicante, León… (que le pregunten a Paco Etxeberria). De que se produjo un genocidio (sic) contra el pueblo vasco, de que el bombardeo de Gernika fue la pri­mera masacre aérea sobre población civil, etc. Este re­pertorio procede en origen del desconocimiento de lo suce­dido. Luego ha sido «recepcionado», incluso alimentado por algunos porque el victimismo es rentable, lo ha sido. En con­traste con la gran difusión del bulo, la labor del historiador de casta, documentado, es mantenida en esferas aisladas. No hay impulso divulgador, popular o público, en escuela, radio y Tv sobre todo. Haría falta voluntad política de socia­lizar la historia de factura académica, no se pueden defen­der dislates parecidos por mucho tiempo más.

Me ha encantado el humor que destila tu libro, la frescu­ra, un cierto optimismo vital, también la libertad de juicio (véanse las páginas sobre Oteiza, lúcidamente desmitificadoras). Es verdad que la historia reciente de este país ha sido más bien trágica, pero se podría decir que cierta dosis de humor siempre es recomendable en la vida, in­cluso en las situaciones más negras. ¿Qué te parece?

I.E. Para poder reírte de los demás, pasados o presen­tes, tienes que empezar por reírte de ti misma. Lo he inten­tado aunque bien sé que a veces me he puesto estupenda, qué quieres. Escogí el género «memoria» para poder usar lenguajes diversos, incluido el desenfadado. Utilizar el yo coar­ta la libertad al tratar ciertos temas, pero permite convertir la fragilidad en arma. Solo si hay humor, que no falte.

NOTA. En el año 2014 hubo 54 víctimas mortales de violencia de género, una por semana. Osar la igualdad está costando un goteo semanal de vidas. ¿Cuándo llegará el reconocimien­to, el gran sobresalto ético sobre esta masacre? (I. E.)

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