Memorias nacionales en Europa Central y el Este

 

Representan al zarismo como un régimen amable, estable y próspero, asediado por ignorantes, locos o fuerzas extranjeras.

 

Galde 35 negua 2022 invierno. José M. Faraldo

Tras la desaparición de los regímenes comunistas de Europa, la reacción principal en muchos de los antiguos satélites de Moscú fue la de reivindicar las esencias más antiguas de la nación. Era algo que se había ido preparando con tiempo. Durante décadas había sido el nacionalismo la única oposición realmente existente. A menudo la oposición nacionalista era tolerada por los comunistas, cuando no directamente subvencionada, como sucedió en Polonia y Rumanía.

Una vez que los regímenes socialistas se hundieron, resurgieron algunos discursos nacionales anteriores y se crearon otros nuevos. El principal discurso nuevo fue el de la comunidad nacional del sufrimiento, una nación que, oprimida por Moscú y sus aliados interiores, habría visto privada su soberanía y deformada su historia. De este modo, en lugares como los países bálticos o Polonia, se extendió la idea de que la sociedad había combatido “las dos ocupaciones”, primero la soviética en 1940, luego la nazi en 1941, de nuevo la soviética a partir de 1945. Aunque en principio se trataba de equilibrar una opresión con otra, a lo largo del tiempo, los intereses políticos de las derechas -que combatían a los partidos socialdemócratas sucesores de los comunistas- les condujo a sobreestimar el papel y la opresión del comunismo, por encima de las del fascismo -propio o ajeno-. El anticomunismo se convirtió así en un elemento para incardinar la historia pasada, incluso de acontecimientos muy alejados a los años centrales del siglo XX.

En general, los gobiernos de estos países se lanzaron, después de 1989, a reconstruir a gran escala la historia nacional. En primer lugar, se recrearon los tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial. En Polonia, por ejemplo, la Segunda República, el régimen de 1918 a 1939, se convirtió en una especie de utopía de modernización, una edad de oro de la cultura y las ciencias. Películas, series de televisión y la cultura popular comenzaron ya antes del final del régimen a reivindicar el pasado precomunista. Pero fueron los años noventa los que resultaron esenciales para que, a través de monumentos, conmemoraciones, cambios de nombres de calles, películas financiadas por la administración -en especial, en la Federación Rusa-, se legitimaran los nuevos regímenes a través de la memoria de aquellos años de entreguerras o incluso más allá: la época zarista, en el caso ruso, se convirtió en una especie de Disneylandia, poblada por gentiles caballeros, damas de la alta sociedad, guerreros corteses e indomables, y popes divertidos y bondadosos. Todo ello, por supuesto, desplegándose en un paisaje bucólico de praderas a la orilla de los ríos, cúpulas de iglesias perdidas en las colinas o viajes en trineo por mágicos paisajes nevados. Fuera de aquella ensoñación quedaban los aspectos más discutidos de los regímenes de entreguerras, que, en casi todos los casos, acabaron en dictaduras o que se vieron asaltados por elementos de nacionalismo antipluralista y pobreza como en la única democracia resistente del periodo, la República Checoslovaca.

El otro gran tema de importancia fue el redescubrimiento de las guerrillas anticomunistas del período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Hasta entonces apenas se sabía nada de la extensión y profundidad de las resistencias armadas al comunismo, que en muchos de estos países tuvieron una entidad mucho mayor de lo que se conocía. La libre investigación sobre el tema y sus resultados trajeron un cambio enorme para la construcción de las identidades públicas de muchos países postcomunistas. De nuevo se enlazaba la recién estrenada estatalidad o la soberanía plena con la previa al comunismo, legitimando así la nueva/vieja nación surgida de la debacle del sistema en lugares como Lituania, Ucrania, Estonia, Letonia, Polonia o Rumania. El rescate de estos combatientes olvidados tuvo sobre todo una importancia mayúscula en países que, como Rumania, no habían tenido movimientos disidentes de importancia durante los años setenta y ochenta, al permitir así legitimar la caída del comunismo con la existencia de resistencias anteriores. E incluso donde había habido disidencia a la dictadura comunista, la legitimación por medio de estos, como se intentó a principios de los noventa, planteaba problemas. El legado de Solidarnosc en Polonia o de Carta 77 en la República Checa servía para legitimar un estado pluralista y democrático que no era lo que las nuevas derechas y los regímenes iliberales en ciernes estaban reclamando. Por eso, la heroicidad mitológica de estos “patriotas”, casi todos represaliados o asesinados, conformaba una nueva nación que ya no se debía a ideologías liberales o democráticas, sino al honor y la sangre vertidas por la nación.

Se llevó así a cabo una construcción de la memoria del comunismo eminentemente negativa. El programa de criminalización del comunismo no fue nunca ejecutado de forma sistemática y dependió de vaivenes políticos y emocionales. Esta memoria negativa tuvo que competir con las resistencias constantes de gobiernos –nacionales, regionales o locales- que estaban dominados por los postcomunistas. Pero también con las ansias de punto final de buena parte de la población e incluso de antiguos disidentes que habían participado en la transición y ansiaban una reconciliación nacional. En general, la idea negativa del comunismo se impuso al tiempo que en los gobiernos iban entrando las ultraderechas que, comenzando con los ejemplos más acabados, el de la Rusia de Putin y la Hungría de Órban, cambiaban por completo el código de la cultura nacional.

Es en esta segunda fase de la transición desde el comunismo cuando los gobiernos intentaron desmontar los discursos de memoria nacional que se habían ido forjando desde el siglo XIX y que, gracias al comunismo, habían consolidado de forma más o menos consecuente los rasgos del nacionalismo liberal. Los grandes artistas nacionales, los escritores que habían formado los estándares literarios, los grandes héroes y acontecimientos de la historia nacional comenzaron a ser revisados desde el punto de vista de lo que resultaba útil para la nueva visión de las ultraderechas. Así, en Polonia, por ejemplo, se impulsaba un imaginario “imperio de los Lechitas” para evitar las referencias a las dinastías históricas de Piastas y Jagellones y su interconexión con Europa o se sustituía el culto a Józef Pilsudski, héroe de la independencia, pero socialista, por el culto a Roman Dmowski, el antisemita y ultracatólico que se le opuso. En otros países, como en la Federación Rusa, la alabanza de la estabilidad llevó a despreciar la tradición revolucionaria y liberal del país -incluso atacando a los Decembristas, los mártires liberales- y a representar al zarismo como un régimen amable, estable y próspero, asediado por ignorantes, locos o fuerzas extranjeras.

La respuesta rusa a los ataques al papel de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial fue el santificar la participación soviética -comprendida como rusa- en el conflicto, desarrollando toda una serie de rituales (el desfile de la victoria, la marcha de los familiares de los soldados de la guerra, las flores y las fotos de boda en el monumento al soldado desconocido…) así como la creación de nuevos monumentos (el enorme parque de la Victoria en Moscú, por ejemplo). El valor simbólico de la memoria de la guerra llegó a tanto que la última constitución promulgada por Vladimir Putin incluye la defensa de la verdad histórica de la guerra en su articulado.

En general, la construcción de la memoria nacional de los estados del Centro y Este de Europa ha seguido unas pautas similares. A los intentos de discursos específicos de la construcción nacional durante el siglo XIX y principio del XX, que resultaron complicados en un contexto de imperialismos y ciudadanías multiétnicas, les continuó una estandarización generalizada durante la época comunista, que puede muy bien considerarse la de la verdadera cristalización de las naciones de esta área de Europa. La llegada de regímenes iliberales ha impulsado la formación de nuevas memorias que, apoyándose en el anticomunismo, intentan cerrar el paso a las ideas liberales de democracia, respeto a la ley y separación de poderes. Una mezcla explosiva que está produciendo enormes problemas en estos países.

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