Galde 19 (verano/2017). Ricardo Amasté.
Acabamos de volver de la documenta 14. Ni frio ni calor. Sobre todo, una sensación excesivamente habitual, de que estos dispositivos expositivos-reflexivos son más comisariales que artísticos. Y es que el papel del comisariado lleva demasiado tiempo sobredimensionado y sobrevalorado; convirtiéndose en figura central y principal intermediario entre artistas, instituciones, públicos; ocupando una posición hegemónica, tanto en la construcción de relatos como de relaciones y otras mediaciones. El comisario no es alguien que se mantiene a un lado, que cura, que acompaña, facilita, asegura las condiciones de posibilidad, pone en valor el trabajo de los artistas… sino que cada vez más, ha ido asignándose(le) un rol preponderante, con el resto de agentes y elementos a su servicio.
Así, las exposiciones (como dispositivo más habitual del sistema del arte), muchas veces quedan reducidas a meras ilustraciones instrumentales de las tesis argumentales comisariales. Aproximaciones corales -apoyadas en demasiadas ocasiones por recursos historicistas-, en las que la idea retórica, el texto ensayístico y los formatos gabinete o archivo, prevalecen frente a otras expresiones y poéticas, frente a otras posibilidades de acercarse a la generación de sensaciones, sentidos, experiencias, conocimientos. La exposición se reduce a muestrario interrelacionado, desactivándose en gran medida su potencialidad (ya de por sí incierta) como campo de pruebas, de acción, de interpelación.
Pese a lo bienintencionado de muchas de estas propuestas (normalmente con tintes políticos y sociales), la realidad es que en la mayoría de los casos, tanto las obras de formatos más “tradicionales”, como las más ligadas a lo performativo, lo procesual, lo contextual, lo colaborativo, se ven reducidas a simples piezas de un puzzle. Cada pieza debe ocupar su lugar, para juntas, conformar una representación prefigurada, con una narrativa que suele jugar-caer entre la audaz pirueta y el aleccionamiento paternalista. Difícilmente las piezas pueden articularse como los engranajes y palancas de una máquina abstracta, simbólica, transformadora. Y mucho menos, reclamar un espacio propio respecto al conjunto.
Esta problemática afecta gravemente a los artistas, convertidos por lo general en actores secundarios, cuando no figurantes. Artistas, que a la desorientación y precariedad generalizada de estos tiempos, suman su esquizofrenia específica, entre forma y función, un mercado basado en la escasez frente a la abundancia de la cultura libre, ser campo de pruebas del capitalismo cognitivo y de la experiencia, la conveniente aplicabilidad e instrumentalización desde muchos otros ámbitos, la retórica de lo inútil como posibilidad real o como escapista mecanismo de defensa… Artistas, forzados para sobrevivir profesionalmente como artistas, a convertirse en apresurados paracaidistas globales, que deben mantenerse frescos, creativos, originales, a la vez que coherentes, haciendo malabares para seguir en liza.
Todo esto se sentía en esta documenta, atrapada en su lógica de gran evento institucionalizado, que cada 5 años intenta ser paradigmático, donde el comisario (el equipo comisarial), no deja de ser más que otra pieza del puzzle. Algo que claro, no solo sucede en documenta. Porque lo ¿malo-preocupante-inquietante? de este sentir, es que es algo ya casi naturalizado, que es difícil no sentir allá donde vas, que sentimos también en nuestras propias prácticas. Porque somos conscientes de la problemática, sentimos el run-run, tenemos argumentos y herramientas, pero seguimos perdidos en el laberinto. Seguimos con la prueba-error (que ya es algo -y eso queda en el haber de documenta 14-), pero sin atrevernos a, si hay que hacerlo, errar en profundidad.
Para profundizar en una errática deriva que pueda llevarnos a otro lugar, probablemente necesitamos muchos más parlamentos de los cuerpos como el desplegado en documenta 14, muchos más parlamentos de las cosas, de sensibilidades otras. Pero no podemos quedarnos solo en los parlamentos (sean cuales sean, gobierne quien gobierne), debemos ir más allá. Adentrarnos en lo ignoto, enfrentarnos-encontrarnos con ello colectivamente, dejándonos llevar por esa sensación de desasosiego, difícil de nombrar, pero ineludible. Y para ello, hay que confiar en el arte, como lenguaje, como práctica, como estrategia.
Un arte que es llamamiento, que como proponía Allan Kaprow en La educación del des-artista, “es hacer, teniendo el pensamiento arte presente, pero manteniendo la actividad tan alejada de la etiqueta arte como sea posible”. Un arte más allá del arte, que no está en manos de comisarios, pero tampoco de artistas, ni mediadores, ni espectadores, ni coleccionistas… Un arte que nos convoca a jugar en común, sin roles claramente preestablecidos o estancos, que nos propone intercambiarlos, desempeñar roles mixtos, inventar nuevos, para componer en tiempo real otras posibilidades, que necesitamos, pero que no sabemos cuáles son. Un arte plural, abierto, mutante, muchas veces invisible. Un arte que sí, que ya está aquí (nunca se ha ido), que en ocasiones hemos vivido, hemos disfrutado, nos ha hecho tener esa sensación de que algo podía acontecer.
Ricardo Amasté
(Publicado el 2017/08/16 en colaborabora.org)