¿Revolución político-electoral en Italia?

Luigi Di Maio, lider del M5E y, sucesor de Beppe Grillo, en la Piazza del Campidoglio.

 

(Galde 21 primavera/2018). Antonio Duplá (Roma).
Es posible que hablar de revolución en relación a unos determinados resultados electorales y a sus consecuencias políticas no sea muy apropiado. Seguramente el término chirría, sobre todo para quienes venimos de una determinada tradición de izquierda en la que la revolución se asimilaba a una serie de condiciones objetivas bastante lejanas desde luego de lo electoral-institucional. De todos modos, dado que la revolución social en clave marxista, en cualquiera de sus posibles escenificaciones tradicionales más radicales, parece bastante lejana, puede ser útil utilizar el vocablo con un sentido más limitado. Me refiero a aquel que significa un cambio de gran entidad («cambio rápido y profundo en cualquier cosa», dice una de las acepciones del Diccionario de la Real Academia Española), sin más delimitaciones.

Porque cambio, y radical y de enorme trascendencia, sí que lo ha habido en Italia a la luz de los resultados electorales del pasado 4 de marzo. Eran elecciones al Congreso y al Senado y los resultados, por más que algunas encuesta algo anunciaran en las fechas previas, han sorprendido a los observadores más experimentados. Vistos de cerca, los cambios no son tan inesperados, si los comparamos con la evolución político-electoral en otros países de Europa occidental o con Estados Unidos en sus tendencias más generales, pero sorpresas hay.

En Italia la convulsión ha sido, no obstante, general y de hecho se habla incluso de la conformación de una tercera República. La primera se supone que correspondía al sistema democrática surgido después de la Segunda Guerra Mundial y la derrota del fascismo, que en Italia recordemos que estuvo en el poder durante dos décadas, con enorme apoyo social. Aquel régimen, que se prolongó durante varias décadas desde los años cuarenta hasta los noventa, estaba marcado por dos grandes bloques políticos liderados por la Democracia Cristiana, permanentemente en el poder, y el Partido Comunista Italiano (PCI), el mayor de Occidente, con un grado de proyección política y social y cultural enormes. De alguna manera aquel régimen sucumbió a comienzos de los años 90, víctima de su propia ineficacia, del nepotismo y de las conexiones más sombrías en el caso de la derecha y del propio proceso de auto-transformación en el caso de los comunistas. Sobre todo, los primeros noventa asistieron al fenómeno del surgimiento de Silvio Berlusconi, referente principal de la derecha en los años siguientes hasta hoy y símbolo de ese nuevo signo de los tiempos, ya entonces; me refiero al liderazgo indiscutible de alguien nacido al margen de las estructuras de los partidos y las familias políticas tradicionales con la bandera del anti-establishment. Esa «segunda república» duraría hasta el 4 de marzo pasado, cuando se habría impuesto un nuevo mapa político, que en parte, pero solo en parte, se basa en tendencias anteriores. Un sorprendente nuevo mapa político geográficamente bicolor, con el color azul (Liga) dominando la mitad septentrional del país y el color amarillo (M5E) en la mitad meridional (donde hasta hace poco era casi inexistente), mientras una (muy) pequeña mancha roja subsiste en el feudo tradicional de la Emilia-Romagna, alrededor de Bolonia, y en la propia Roma.

Por una parte resulta el partido más votado un partido movimiento, el M5E, fundado y liderado hasta ahora por Beppe Grillo, cómico, actor y después político, que con su retórica «anti-casta» y una muy inteligente utilización de las redes sociales había logrado encauzar el descontento de millones de italianos. El proceso de transformación de un movimiento caracterizado por su «vaffanculismo» 1 en un partido de gobierno, liderado por un jovencísimo (31 años) Luigi di Maio, aspirante a jefe de Gobierno, es una de las incógnitas del nuevo escenario político.

Otra novedad del mapa político es el aparente declive al que se enfrenta Berlusconi, una de las cabezas de la victoriosa coalición de centro-derecha que, por supuesto, no se resigna a desaparecer. Su partido, su creación, Forza Italia, se ha visto superada por su aliado, la Liga (la antigua secesionista Liga Norte de Umberto Bossi), ahora también con nuevo líder, Matteo Salvini. Cómo podrán los liguistas articular su programa radicalmente euroescéptico (anti-euro inclusive), xenófobo y anti-inmigración en una hipotética política gubernamental en el seno de la Unión Europea es otra de las incógnitas. Se habla ya de un alineamiento italiano con los países más reaccionarios de la Unión, como la Hungría de Orban (incluso con la Rusia de Putin), y el consiguiente alejamiento del eje franco-alemán…

Finalmente, la parte más triste, al menos para mí, aunque también quizá la más anunciada. Me refiero al hundimiento estrepitoso de la izquierda institucional, el Partido Democrático (PD) y a los muy pobres resultados de los grupos más a la izquierda que intentan mantener ciertas banderas progresistas radicales.

Recuerdo que hace algunos años me sorprendía bastante cuando oía decir a muy sensatos e inteligentes colegas italianos (de izquierda) que Renzi y Berlusconi tampoco eran tan diferentes. El problema no es que el PD, heredero ya muy edulcorado del antiguo PCI, dejara en su momento de hacer oposición frontal a Berlusconi, el problema es que desde hace tiempo el PD ha defendido una política económica neoliberal y un alineamiento atlantista que ha desdibujado sus perfiles de izquierda. Nada que no podamos asimilar a lo ocurrido en el PSOE y, en general, en la socialdemocracia europea. Lo que ha sucedido con Matteo Renzi, otro de esos jóvenes líderes, grandes esperanzas blancas europeas, es que ese proceso se ha profundizado, agravado además por una egolatría que confunde los intereses de su partido (incluso los de la izquierda) con los suyos propios. Se comenta también, en ese avispero con sonrisas de publicidad dental que es hoy el Partido Democrático, que cabe la posibilidad de una escisión, la enésima en la izquierda, encabezada por Renzi para formar su propio partido.

La odisea particular en estos últimas elecciones de un antiguo líder del PD como Massimo d’Alema, líder del partido (entonces Partito Democratico di Sinistra, PDS) en los años noventa, cuando llegó a ser Jefe de Gobierno a finales de la década, es ilustrativa. Se presentaba ahora como candidato de una agrupación de izquierdas, Libres e Iguales, producto de la convergencia de una escisión del PD liderada por tres pesos pesados del partido, Bersani, Pietro Grosso (expresidente del Senado) y el propio d’Alema, con otros grupos de y colectivos de izquierda. En una circunscripción donde en el 2001 logró más o menos el 50% de los votos y su escaño, ahora ha conseguido 382 votos, frente a 740 de la Liga y 3.686 del M5Estrellas. Buena parte de sus antiguos votantes, así lo reconocían en un artículo del semanal del diario La Republica, han votado ahora al partido «anti-sistema».

Las coordenadas de la situación italiana nos pueden sonar, porque muchos de los vocablos y expresiones más frecuentes son conocidos: el peligro de desaparición o insignificancia de la izquierda, los riesgos del populismo, las dificultades del paso de los anti-sistema a las responsabilidades de gobierno, las políticas utópicas o irresponsables (en referencia, por ejemplo a la renta básica universal que ha propugnado el M5E), etc., etc.

Independientemente de qué pueda suceder en las próximas semanas en las laboriosas negociaciones entre los partidos y de cuál pueda ser la fórmula gubernamental final, lo más preocupante de la situación es que una buena proporción de la población italiana ha votado a un partido con posturas claramente xenófobas, como pueda la Liga. Por otro lado, otra parte importante, los votantes del M5Estrellas, que vienen en buena medida de una tradición izquierdista radical, se van a ser sometidos a la dura prueba del principio de realidad, de la negociación y las concesiones y los acuerdos políticos.

Mientras, para una izquierda que se ve apartada del campo de las decisiones políticas, ahora en manos del centro derecha, sino de la derecha pura y dura, con la incógnita del M5Estrellas, le corresponde ahora el difícil camino de la reconstrucción.

En teoría, las condiciones objetivas de la situación italiana (importante porcentaje de población en paro, aumento de la pobreza, creciente desigualdad social, un problema acuciante con la acogida e integración en condiciones de una afluencia de inmigrantes que no cesa, ni cesará, permanente dualidad Norte-Sur en el país, etc., etc.) hacen necesaria una izquierda de verdad. Pero claro, estamos hablando de una izquierda, me refiero ahora al PD, posiblemente distinta a aquella que, como señalan los analistas, ha obtenido sus mejores resultados en Roma, y en algunas otras grandes ciudades, en las zonas más pudientes y los peores en los barrios más necesitados.

Así algo realmente no funciona.

Notes:

  1. La expresión malsonante italiana «vaffanculo» (vete a la mierda, que te den por ahí, etc., etc.), muy utilizada por su líder histórico Beppe Grillo, sería para sus críticos la condensación de su programa de cuestionamiento radical del sistema.

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