(Galde 18, primavera/2017). Iosu Perales.
El 10 de enero de este año Daniel Ortega inició su cuarto período como presidente de Nicaragua: cinco años más. Sobre su toma de posesión en una plaza con algo más de treinta mil personas llevadas a Managua desde todo el país a cargo del presupuesto público, planeó la sombra de un fraude electoral cometido en las elecciones del 6 de noviembre de 2016. También sobrevolaba el nubarrón de la frágil estabilidad económica conseguida en los últimos años por la drástica reducción del crédito petrolero concesional que brindaba Venezuela. Junto a Daniel, en la tribuna, su esposa Rosario Murillo, ahora vicepresidenta de la República por mor de una designación que parece querer instaurar una dictadura familiar en la que sus propios hijos ocupan de manera irregular responsabilidades de estado por el mandato autocrático de su padre, el presidente, sustituyendo en viajes oficiales a ministros e incluso al canciller.
Lo cierto es que todo el poder está concentrado en la familia Ortega-Murillo y en un pequeño grupo de incondicionales que alimentan la existencia de un caudillaje que les proporciona seguridad para ejercer de cargos públicos con derecho a enriquecerse. Como afirma el histórico guerrillero Henry Ruiz, «ya no hay ideología, no hay mística, no hay normas, no hay debate, no hay nada». Pero este vacío no impide que con el lenguaje del antiimperialismo Ortega siga manteniendo un ascendente significativo sobre una amplia parte de la sociedad, algo que es posible gracias al clientelismo que se alimenta de un asistencialismo perverso, de favores personales, de premios y castigos, y que se vigila a través del cinturón de hierro tejido por su cómplice Rosario Murillo, que ha sabido crear una milicia que lo controla todo en los municipios, en los barrios, en los centros de trabajo y estudio, bajo el disfraz de participación ciudadana.
CONVERSIÓN RELIGIOSA. Hay que remontarse a las derrotas electorales de Ortega frente a Violeta Barrios de Chamorro, Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, para comprender cómo se ha llegado al momento presente. Para las elecciones de 2006 se postuló por quinta vez como candidato, pero esta vez tuvo la astucia suficiente para ganar con el 37,9% de los votos válidos. Para lograrlo pactó con su principal enemigo: la jerarquía de la Iglesia Católica que elección tras elección le retrataba como endemoniado. Su alianza con el cardenal Obando y Bravo fue mano de santo. Para hacer creíble su acercamiento a la iglesia comenzó a asistir a los oficios de la catedral desde donde pidió perdón al pueblo de Nicaragua, llevándose consigo a las misas televisadas al que fue el poderoso jefe de los servicios secretos Lenin Cerna. Comenzó a fabricarse una imagen de hombre devoto, bien guiado por Rosario Murillo que a su vez expresó públicamente su rechazo al aborto en cualquier circunstancia. De esta conversión surgió su gran lema político que sigue vigente «Nicaragua cristiana y socialista». Un socialismo confesional que no deja de ser una originalidad oportunista. Y en todo caso pura propaganda.
La conversión no fue sólo religiosa. Henry Ruiz lo denuncia: «Nos pareció que su programa apuntaba a una economía de desarrollo nacional. Fue un espejismo. Se fue rapidito al INCAE para asegurar a los grandes empresarios nacionales que respetaría sus negocios e impulsaría privatizaciones. Ustedes hagan la economía y yo haré la política, les dijo». Pero lo cierto es que el país sigue prisionero de un problema estructural que mantiene al 80% de la población económicamente activa en la economía informal. Nada está cambiando, si no es a peor, en una economía que funciona bajo la obediencia al Fondo Monetario Internacional, y por consiguiente aumenta las desigualdades sociales. La estrategia de Ortega es el asistencialismo que le viene asegurando su continuidad, bajo la amenaza de que su derrota sería el final del reparto de pequeños lotes agrarios, de láminas de zinc, de bicicletas, y otras donaciones cubiertas hasta ahora con dinero procedente de la generosidad petrolera venezolana.
Desde 2007 hasta su tercera victoria electoral consecutiva los grandes empresarios nicaragüenses valoraron la atención de Ortega a los asuntos macroeconómicos de manera favorable. Veían al presidente como algo más que autoritario, la justicia no funcionaba o lo hacía sin independencia, pero sus negocios marchaban. El cambio de posición se produce a raíz de la muerte de Chávez y el acceso al poder del incompetente Maduro. El segundo importador de productos nicaragüenses, como es Venezuela, deja de serlo, y la vuelta a una confrontación dialéctica de Ortega con Estados Unidos genera inquietud en un empresariado muy ligado a la potencia del norte y que visualiza un escenario adverso al mandatario. Es la hora de abandonarlo.
DE COMANDANTE SANDINISTA A MONARCA. Sin embargo no será fácil acorralar a Ortega que cuenta con todo el poder. En el legislativo tiene 71 de sus 92 diputados, siendo que los 21 legisladores restantes pertenecen a partidos colaboracionistas que dan fachada democrática al régimen. Escaños ocupados por corruptos que se apoderaron de apoyos millonarios para la reconstrucción después del huracán Mitch que en 1998 dejó más de 3.000 muertos. Con el control de la Asamblea Nacional Ortega tiene carta blanca para aprobar las leyes que quiera, incluidas nuevas reformas de la Constitución, todo con el fin de garantizar su permanencia en el poder. Decir que esta legislatura representa la continuidad de una amenaza a las libertades políticas y civiles no es una exageración. Para muestra un botón: meses antes de las últimas elecciones el poder judicial dejó fuera de combate a la opositora Coalición Nacional por la Democracia, impidiéndole participar.
Para llegar a controlar todo el poder Ortega, incluida la policía y el ejército, tuvo que deshacerse de muchos dirigentes del Frente Sandinista, otrora en el poder. De los nueve comandantes que formaron la Dirección Nacional del FSLN, tomaron distancia de sus políticas y liderazgo, su hermano Humberto Ortega, Víctor Tirado, Henry Ruiz, Jaime Wheelock y Luis Carrión. Quedaron con él Bayardo Arce y Tomás Borge, ambos muy implicados en negocios algunos de ellos turbios. Imposible saber en qué lugar estaría hoy Carlos Núñez, fallecido en 1990. Por su parte, el gran escritor Sergio Ramírez, quien fue vicepresidente de la República en la década de los ochenta, los hermanos Fernando y Ernesto Cardenal, las comandantes Dora María Téllez y Mónica Baltodano, la gran poetisa Gioconda Belli, encabezan un ingente número de hombres y mujeres que reivindicando el sandinismo se han apartado de un FSLN propiedad de la poderosa pareja Ortega-Murillo.
LA SOCIEDAD CIVIL TIENE LA PALABRA. ¿Tiene remedio Nicaragua? Mónica Baltodano pone sus esperanzas en la sociedad civil y en particular en una nueva generación de jóvenes no contaminados por el poder. Ella critica a la oposición: «Desde que subió Ortega al Gobierno, todas las luchas que ha empujado la oposición han girado alrededor de las elecciones. Vamos a las elecciones para conseguir alcaldías, o para lograr diputados, y vamos a las presidenciales en condiciones de desventaja, pero aquí no existe un movimiento popular autónomo independiente. Yo creo que la única manera de construir otra correlación con la gente a la que no le parece cómo se hacen las cosas en este país, es con otras formas de organización que superen el electorarismo».
A la pregunta ¿Cómo se puede crear un movimiento social fuerte de oposición en la Nicaragua de 2017? responde de esta manera: «Hay que construir alianzas con la gente que está luchando por su territorio, porque no se construya el Canal*, con gente que está dando su vida, su dinero por esas luchas. Construir alianzas con la gente que no quiere la minería a tajo abierto y se moviliza, construir alianzas con los miskitos que están enfrentados con los colonos, construir alianzas con la gente que todos los días enfrenta la carestía de la vida, porque es mentira que con el salario mínimo de Nicaragua la gente pueda vivir dignamente. No sólo construir alianzas pensando en agendas de carácter electoral. Es una trampa quedarse en lo electoral. Hay que construir ese movimiento. No son necesarias las luchas armadas para derrocar gobiernos, se puede hacer con organización y movilización, pero eso significa hacer el trabajo más difícil, el trabajo de hormiga. Ir al barrio, a las comunidades».
* Baltodano se refiere al mega proyecto de 273 kilómetros de largo y de dos veces de profundidad que el de Panamá, que Ortega quiere construir con capital chino, al sur del país, y que conectaría el Mar Caribe con el Océano Pacífico. Los ambientalistas se oponen a semejante obra faraónica que destruiría miles de kilómetros cuadrados de naturaleza y dañaría de manera amplia el medio ambiente de una gran parte de Nicaragua.