Galde 48. Udaberria 2025 Primavera. José Antonio Pérez Pérez.-

Nuestro pasado sigue siendo un terreno pantanoso, sucio e incómodo de recorrer. En los últimos años se ha transformado en un verdadero campo de batalla entre la izquierda y la derecha para ajustar cuentas pendientes. Algunas parecían olvidadas. Todo parece indicar que solo estaban dormidas, esperando que alguien agitase los recuerdos y, sobre todo, las emociones desbocadas que desatan, esas que con tanta facilidad son utilizadas por los partidos como munición de grueso calibre para atacar al contrario y mostrar sus vergüenzas. El problema es que todo el mundo tiene un pasado y a veces más de uno, el real y el que la memoria, siempre caprichosa, construye a la medida del presente. El caso de España es problemático, sin duda, pero no constituye una excepción. La mayor parte de los países que han vivido fenómenos de violencia política a lo largo del siglo XX, por no retrotraernos a épocas anteriores, tienen pasados igual de sucios, o peores aún. Los genocidios, las persecuciones étnicas, políticas o religiosas, los tremendos abusos que impuso el imperialismo extractivo, el ascenso del totalitarismo, las guerras que provocaron millones de muertos o el terrorismo de las últimas décadas han dejado una huella profunda, porque todos estos fenómenos contaron con el apoyo de una parte de la sociedad que,pasados los años,se siente concernida cuando desde determinados sectores se apela a su responsabilidad en lo sucedido. Las políticas públicas de la memoria que se han impulsado en algunos de esos países tratan de encarar ese pasado reconociendo a las víctimas sin olvidar lo que ocurrió y comprometiéndose a establecer garantías de no repetición, un propósito tan loable como vacío de contenido, ya que nada ni nadie puede asegurar que tales fenómenos no puedan volver a suceder. La experiencia del Holocausto fue tan traumática y brutal que parecía haber vacunadoa la sociedad contemporánea, evitando la tentaciónde reproducir hechos similares. Camboya, la antigua Yugoslavia o Ruanda vinieron a demostrar que el exterminio de los judíos bajo el régimen nazi no había servido para evitar nuevos genocidios.

El pasado sucio de nuestro país, tanto del más grande como del pequeño, sigue estando ahí, a la vuelta de la esquina, plagado de episodios incómodos. Y nosotros no tenemos solo uno. Tenemos varios, todos ellos marcados por la violencia política y las víctimas que esta ha dejado a lo largo de nuestra reciente historia. La memoria del terrorismo de ETA, tan cercana, sigue pesando como una losa, aunque algunos traten de esquivarla, obviando la responsabilidad que tuvieron en ella, pero también está presente el recuerdo de la de la Guerra Civil y el franquismo, a pesar del tiempo transcurrido. Incluso la Transición que finalmente dio paso la democracia tiene una parte oscura salpicada de muertos, muchos de ellos todavía no reconocidos como víctimas. Es complicado, por no decir, imposible, mirar al pasado sin preguntarse,no solo por el comportamiento de todos aquellos que participaron de los crímenes, sino de quienes miraron hacia otro lado.En Vencedores y vencidos, de Stanley Kramer, Ernst Janning, interpretado por Burt Lancaster, hace un repaso al contexto histórico que propició el ascenso del nazismo y deja esas terribles preguntas en el aire viciado de la sala donde se está celebrando uno de los juicios de Nuremberg.“¿Qué pasó con los que lo sabíamos?, ¿acaso estábamos sordos, mudos, ciegos?”. La escena es tan magnífica como falsa. Ninguno de los juzgados y condenados en aquel histórico proceso tuvo la valentía de hacerse esas preguntas, al menos públicamente. Lo mismo podríamos decir sobre el franquismo, pero también sobre el terrorismo. Dónde estábamos entonces. En el caso concreto de la dictadura que vivió España durante cuarenta años, cualquier iniciativa que trate de recordar a las víctimas, o simplemente, de analizar y explicar lo sucedido, sigue suscitando polémica. Izquierda y derecha han decidido, al menos en las dos últimas décadas, utilizarla como un arma política para desacreditar y desnudar al contrincante político, a quien consideran, heredero y cómplice de los crímenes del franquismo o responsable de las persecuciones y asesinatos cometidos durante el periodo republicano.

Por eso era de esperar que la conmemoración de los 50 años de la muerte del dictador diera lugar a una polémica de esas a la que tan acostumbrados estamos en este país. En realidad, lo extraño, como ha recordado Antonio Rivera, es que la fecha no hubiera suscitado mayor interés, sobre todo entre quienes nos dedicamos a investigar uno de los periodos más importantes de nuestro pasado. Mucho antes de que el Gobierno anunciase el 7 de enero de este mismo año toda una batería de actividades bajo un lema tan atractivo y en principio, tan sencillo y descriptivo, como 50 años en Libertad, ya estaban preparadas docenas de congresos, reuniones, jornadas y exposiciones en todas las universidades españolas. No se trata de celebrar la muerte de Franco, sino de reflexionar sobre esas cinco décadas que transcurrieron después de su desaparición y que han dado lugar al periodo más estable de la historia de España bajo un régimen plenamente democrático. La respuesta de la oposición de derechas ha sido la esperable en un clima de polarización política como el que vivimos, y la intervención del Gobierno bastante torpe y manifiestamente mejorable, apropiándose en algunos casos de iniciativas que ya estaban en la agenda de las universidades. Podría haber sido una magnífica ocasión para rendir homenajea lo que hemos construido entre todos a lo largo de estos años, a los enormes avances que se han producido en materia de derechos fundamentales y en la construcción del Estado del bienestar que comenzó a ponerse en marcha a principios de los años ochenta, pero no ha podido ser. Se sigue actuando de manera torticera e interesada, regateando al contrario, negándole su aportación y recordando sus miserias. A lo largo de cinco décadas la sociedad española ha experimentado una serie de profundos cambios que deben ser explicados desde una perspectiva histórica, analizando con rigor este proceso y las consecuencias que ha tenido, pero también los aspectos más polémicos y los retos que esa transformación plantea para abordar un futuro sobre el que sobrevuelan nuevos peligros, como el ascenso de una ultraderecha que hunde precisamente sus raíces en ese pasadosucio y oscuro.

La polémica suscitada en torno a la fecha elegida resulta tan ridícula como vacía. Ruido político, no hay más. La mayor parte de los trabajos académicos sobre la Transición en España (ahí están los cientos de libros publicados desde entonces) parten de 1975, no como inicio del nuevo régimen, obviamente, sino como año cero a partir de la muerte del dictador que daría paso a un proceso que se iría definiendo hasta la puesta en marcha y consolidación de un verdadero Estado de Derecho. Es precisamente en este terreno donde el papel de la historia, especialmente la que se investiga y difunde a través del mundo académico, puede tener un importante papel, para tratar de explicar con argumentos nuestro pasado, lejos de polémicas e instrumentalizaciones políticas.

Por lo que concierne al País Vasco, el Instituto Valentín de Foronda (IVF) organizó unas jornadas los días 10 y 11 de marzo en los campus de la UPV/EHU de Álava y Bizkaia centradas en el papel que tuvieron los movimientos sociales durante la Transición. El encuentro, en el que participaron reconocidos especialistas sobre el tema, forma parte del programa España en libertad, 50 años, impulsado por la Secretaria de Estado de Memoria Democrática. Como colofón, en unas fechas tan señaladas como el 17 y 18 de julio, el IFV celebrará su XXX simposio, dentro de los cursos de verano que ofrece la UPV-EHU. Este año, con un título tan atractivo como sugerente. Franco y nosotros (los vascos). El encuentro pretende analizar en diferentes mesas la relación que tuvo el régimen con el país, su ciudadanía, lo que se entendía por lo vasco, sus grupos e intereses, el comportamiento de la sociedad frente al régimen o el consenso que logró tejer la dictadura para legitimarse en el poder durante cuarenta años. Toda esta serie de actividades tan solo constituyen un ejemplo de lo que el mundo académico puede ofrecer, al margen del ruido mediático y de la instrumentalización del pasado por parte de la política.

José Antonio Pérez Pérez (UPV/EHU).