Nicaragua: La izquierda perdida en su laberinto

Egilea: Iosu Perales

 

(Galde 22, otoño/2018/udazkena).  Iosu Perales.-

“En Nicaragua se reedita Shakespeare, y la pareja Macbeth,
Daniel y Rosario, se preguntan:
¿Quién se iba a imaginar que el viejo (Sandino) tuviera tanta sangre en el cuerpo?
mientras intentan, en vano, limpiarse las manos en una bandera rojinegra (…)”
Palabra del EZLN, Sub comandantes insurgentes Moisés y Marcos.

Entre los días 14 al 17 de julio se reunió en La Habana el XXVIII Foro de Sao Paulo con la participación de unos cien partidos políticos de América Latina. Fueron muchas las intervenciones en defensa de la libertad de Luis Ignacio Lula da Silva, pero también hubo apoyos mayoritarios para Daniel Ortega y su régimen. Las “razones de Estado” tuvieron más peso que el ex presidente José Mújica que había calificado a Daniel Ortega de autócrata. Precisamente fue la delegación del Frente Amplio de Uruguay quien planteó la posición más crítica al régimen de Nicaragua.

Razones de Estado y del conjunto de una izquierda para la que censurar a Daniel Ortega sería romper el bloque antiimperialista, abrir una brecha de agua que podría terminar hundiendo la unidad del Foro de Sao Paulo. De modo que ocurrió lo que cabía esperar de una izquierda que en su mayor parte funciona, en este tipo de crisis interna, con un marco teórico elaborado, preconcebido, en el que trata de hacer encajar la realidad, independientemente de que los hechos señalen una realidad distinta a la que esa izquierda quiere ver. La defensa de un bloque cerrado se impone a la aceptación de una nueva crisis y al ejercicio de una autocrítica necesaria, hasta el punto de doblegar la verdad y someterla.

Fuera del marco del citado Foro, en esos mismo días, otras voces de izquierda, entre las que destacan Marta Harnecker, Boaventura de Sousa Santos, Leonardo Boff, Alberto Acosta, Gustavo Petro, el propio Mújica y hasta el sub comandante Marcos, señalan a Daniel Ortega como responsable de una brutal represión y califican las protestas sociales como una rebelión popular. Centenares de firmas apoyan documentos que piden el cese de Ortega, entre ellas la de Jack Lang, una de las figuras históricas de la izquierda de Francia y la de Noam Chomsky, uno de los intelectuales más conocidos de la izquierda en Estados Unidos.

En el debate entre posiciones de izquierda quienes apoyan a la pareja Daniel Ortega-Rosario Murillo, argumentan que el regreso de la derecha sería peor o que la lucha contra el neoliberalismo justifica la utilización de cualquier medio, a tal punto que las críticas a lo nuestro se interpretan como un regalo al enemigo. Con frecuencia, la izquierda latinoamericana ha caído en un pragmatismo funcional para defender causas indefendibles sin atreverse a explorar en explicaciones sin trampas que permitan alcanzar el conocimiento objetivo de la realidad Por esa razón, ha tolerado la supresión de la libertad en nombre de la libertad. Y ha tolerado la corrupción y despotismo de algunos sus líderes, por ejemplo de Ortega, en nombre de la necesidad urgente de acceder o mantenerse en el poder. Pero una moralidad que pretenda avanzar hacia el post neoliberalismo no se puede construir a partir del despotismo, la corrupción y la muerte de los adversarios.

El espíritu conservador en la izquierda se manifiesta con frecuencia en su incapacidad para cultivar un sentido de la crisis, desplegando una observación crítica hacia lo que sucede en la vida real. Se prefiere ignorar los datos, los hechos, enmarcarlos en todo caso en un cuadro explicativo unilateral y acrítico, con tal de salvar unas categorías ideológicas y políticas ya obsoletas. Este espíritu conservador no está preparado para dejar a un lado legados ideológicos y producir ideas e imágenes más ricas y adecuadas a nuevas situaciones. Convierte lo revolucionario en una pieza arqueológica en lugar de hacer de ello una palanca para, si hace falta, recomenzar de nuevo. Es verdad que la idea de criticar lo propio no tiene una historia muy extensa y la del pensamiento crítico tampoco, pero las gentes de izquierda necesitamos recorrer un camino que nos libere de camisas de fuerza intelectuales que nosotros mismos hemos construido, mediatizados por nuestros propios temores.

Para quienes defienden a Ortega y Murillo, hagan lo que hagan, una formulación recurrente es la siguiente: “No hay duda que el hecho de criticar a los nuestros no puede sino favorecer el proyecto imperial sobre la región”. Es una formulación descorazonadora y lo que es peor, reflejo de un viejo lenguaje y de un pensamiento que ha hecho mucho daño a las izquierdas en su historia. Este espíritu inquisitorial, amenazante al decir “quién actúa fuera de lo nuestro es ya parte del enemigo”, debe ser dejado atrás, en ese oscuro pasado a veces fronterizo con el dogmatismo más perverso. Al contrario, en América Latina, como en cualquier parte del mundo, el pensamiento crítico necesita fundarse sobre una visión realista de la sociedad sobre la que se desea actuar. Una visión que incluye el diagnóstico de lo que somos y la crítica de nuestros errores, como condición para reconstruir. Precisamente, el mejor servicio a la derechización del mundo es una izquierda instalada en la mentira, en la adulteración de la realidad, en el ocultamiento de nuestros errores, en la negativa a una autocrítica; en creer de forma errática que defender a los Ortega que hay por el mundo, es defender lo nuestro, nuestro proyecto libertario.

El pensamiento crítico es un pensamiento de construcción y lucha. No se resigna ni se cobija bajo paraguas de seguridad, llámese costumbre, o inercia, para terminar diciendo “este líder es un tirano pero es nuestro tirano, y hay que seguir apoyándolo”. Pensamiento de lucha quiere decir rebelarse para hacer caminos nuevos, no importando que se pierdan privilegios, puestos políticos, ni electorados cautivos. Pero, además, el pensamiento crítico debe ser una herramienta para construir nuevas identidades colectivas, mediante la movilización en la calle pero también en el ámbito de las ideas. Identidades construidas no alrededor de una cúpula, de un caudillo, sino desde la relación democrática de base, desde el valor de la multitud que actúa consciente y rechaza la sumisión. Finalmente, el pensamiento crítico tiene toda su fuerza en el rigor con que acomete no sólo la crítica del campo contrario sino que también la crítica al campo propio.

Muchas voces de izquierda tienen una opinión anticuada sobre la realidad de Nicaragua. Anticuada porque pertenece a lo que fue, no a lo que es en la actualidad. Es una construcción ideológica la que expresan esas voces, no parten de los datos, más bien los obvia porque sólo así la ideología puede prevalecer. Me da pena, pues la sociedad futura deseable necesita, más que nunca, construirse desde los datos de una realidad viva, sea la que sea.

La grandeza de la izquierda reside en la capacidad de verdad que sepa soportar. Hoy en Nicaragua y desde el 18 de abril, según datos cruzados de diferentes organismos de DDHH son entre 325-350 las personas asesinadas. De ellas un 85% de población civil y un 15% son policías y paramilitares. El Gobierno de Daniel Ortega tenía y tiene la responsabilidad de velar por la vida de todas ellas, incluso si hubiera señales –que no las hay- de que las protestas obedecieran a directrices conspirativas. No se puede quitar la vida con la única finalidad de sembrar el terror. Por eso su dimisión debe ser innegociable.

Ortega-Murillo, al igual que el Foro de Sao Paulo, hablan de “golpe blando” para justificar la reacción brutal de las fuerzas gubernamentales. El caso es que un hubo un golpe parlamentario y de los jueces en Brasil para eliminar a Dilma Rousseff; hubo golpes parlamentarios en Honduras y Paraguay, para quitar de presidentes a Manuel Zelaya y Fernando Lugo. Pero, en Nicaragua toda la fuerza está concentrada en el Gobierno. El ejército, la policía y el propio parlamento son fieles a Ortega-Murillo (71 parlamentario de 92). ¿Dónde están los golpistas y quiénes son? ¿Son golpistas lo estudiantes? ¿Son las madres que se manifestaron en Managua el 28 de abril desafiando a los francotiradores? Qué más quisiera Daniel Ortega que presentar golpistas en los medios de comunicación, divulgar sus rostros y sus confesiones. Pero no los hay. Otra cosa es que la inteligencia de EEUU trate de aprovechar la ola de la protesta popular para infiltrar su propaganda, pero esto es siempre esperable y no modifica la idea de que el famoso golpe es un invento para dar cobertura a lo que está pasando ahora mismo: la persecución y detención de cientos de jóvenes bajo la acusación de terroristas.

Precisamente, si durante las fiestas agostinas bajó el nivel de la protesta, lo cierto es que aumentó el de la represión. En medio de una aparente calma, las detenciones de jóvenes en sus casas se han extendido por todo el país. Muchos se enteran en dependencia policiales que tienen un proceso penal, acusados de terroristas, haciendo uso de una ley que fue aprobada en el Asamblea Nacional en los primeros días de la crisis. Al mismo tiempo centenares de médicas y médicos reciben en sus domicilios cartas de despido por el delito de haber curado a manifestantes heridos. Son igualmente perseguidos organismos de DDHH. También las redes sociales son objeto de vigilancia y represión.

Resumiendo, el escenario actual social y político de los últimos meses es el resultado de una suma de malestares acumulados entre la población nicaragüense. Lo cierto es que durante muchos años la izquierda latinoamericana ha mirado para otro lado: lo hizo ante la piñata que hizo posible el reparto de parte del patrimonio del Estado entre dirigentes del FSLN, empezando por el propio Daniel Ortega; lo hizo ante la denuncia de violación de Zoilamérica Narváez, su hijastra, de cuya acusación Daniel Ortega fue absuelto por una jueza sandinista que archivó el caso cuando ya había perdido la inmunidad parlamentaria; lo hizo cuando el comandante pactó con Arnoldo Alemán -el presidente más corrupto que ha tenido Nicaragua-, una reforma de la Constitución que le permitiría llegar a la presidencia tras sufrir tres derrotas consecutivas; lo hizo cuando Ortega pactó con el cardenal Obando y Bravo el fin de su beligerancia a cambio de derogar la ley de aborto terapéutico, vigente desde 1837. En nombre de la unidad del bloque y de razones de Estado la propia izquierda se ha pegado un tiro en el pie, pues antes o después se sabrá toda la verdad.

RECUADRO

“Un sueño se desvía, hay una autocracia. Perdieron el sentido de la vida quienes ayer fueron revolucionarios”, afirma José Mújica, en referencia a Daniel Ortega y Rosario Murillo. Ya años atrás, en agosto de 2008, el escritor Eduardo Galeano, también uruguayo, a propósito del juicio promovido por el gobierno de Daniel Ortega contra el monje y poeta Ernesto Cardenal, escribió: “Toda mi solidaridad para Ernesto Cardenal, gran poeta, espléndida persona, hermano mío del alma, contra esta infame condena de un juez infame al servicio de un infame gobierno”. En esos mismos días, José Saramago, calificó a Ortega de indigno de su propio pasado. Al menos en la izquierda también hay voces luminosas.

 

NOTA DE LA REDACCION DE GALDE. A lo largo de los últimos meses, la cuestión de Nicaragua ha sido un tema de constante preocupación en el equipo editorial de Galde. No en vano, tanto la deriva del régimen orteguista de los últimos años, como la represión desencadenada contra los estudiantes y la oposición durante los últimos meses, constituyen elementos que hablan a las claras de la descomposición moral y política de un proceso que suscitó en su día la simpatía y el apoyo de miles de internacionalistas llegados de todas partes del mundo, muchos de ellos también desde Euskadi. La revolución sandinista representó además un elemento de reflexión para el conjunto de la izquierda, por sus originales aportaciones a la historia de los movimientos revolucionarios del último siglo. En el marco de estas preocupaciones, Galde promovió el pasado 26 de junio una charla debate en el museo de San Telmo de Donostia, que contó con la presencia de varias personas de la Caravana de la Solidaridad con Nicaragua, acto que sirvió para difundir y denunciar la mencionada represión ejercida por el régimen de Ortega y Murillo. Ahora, en este Galde 22, queremos dedicar un espacio relevante a esta cuestión mediante la publicación de dos textos de distinta naturaleza. El primero es un artículo de Iosu Perales –buen conocedor del asunto y autor de diferentes artículos sobre esta cuestión a lo largo de los últimos meses acerca de las repercusiones en la izquierda de lo que está ocurriendo en Nicaragua. El segundo es un relato de ficción, escrito por Iván Blandón, que constituye toda una metáfora de las preocupaciones y conflictos emocionales y personales que sacuden a buena parte de la población nicaragüense, que participó activamente en la insurrección de 1979 y que hoy vive con desconsuelo la degeneración del sandinismo oficial. No es habitual que se publique en Galde un relato de estas características, pero creemos que constituye un texto valioso, de gran calidad literaria y que, además, ayuda muy bien a comprender una parte de lo que está ocurriendo.

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