Entrevista a Santiago Alba Rico

SANTIAGO ALBA RICO (1)

“La islamofobia se está utilizando para justificar intervenciones neocoloniales y para amenazar a minorías de inmigrantes musulmanes en las metrópolis”

(Galde 12, otoño 2015). Por Víctor S. Pozas. Santiago Alba Rico es escritor, filósofo y provocador de pensamiento. Media vida en el mundo árabe: seis años en el Cairo y casi 18 en Túnez. Entre sus numerosos libros  se pueden destacar los relacionados  con el mundo árabo musulmán: El islam jacobino,2002 (con M.Harkoun y J.Barreda), Túnez, la Revolución, 2011 (con J.D.Fierro),e  Islamofobia, 2015. Para Santiago Alba Rico la islamofobia es más peligrosa aún que el islamismo yihadista, primero porque, como estamos viendo después de los atentados de Paris, es un arma extraordinaria para promover intervenciones militares y mantener sumisas y amenazadas  a las minorías musulmanas en Occidente, y segundo  porque  se ha instalado en nuestras sociadades, no se percibe como un problema grave y en consecuencia no está suficientemente combatida ni siquiera desde la izquierda. Sobre estos y otros conceptos desarrollados en su obra “Islamofobia” profundiza  Santiago a lo largo de la entrevista.

Víctor S. Pozas.- Te refieres al concepto de islamofobia como “el discurso que habla mal de los otros, de los musulmanes”.  Hay quienes la entienden como racismo abierto o encubierto contra los musulmanes. En Alemania se emplea el término “islamfeindlichkeit”, hostilidad contra el islam. ¿Crees que es necesario dejar claro su significado o es más bien un debate interesado por parte de quienes no quieren entrar en el fondo de la cuestión?

Santiago Alba Rico.- Cuando hablamos de islamofobia, todo el mundo entiende a qué nos referimos. En cualquier caso podemos definir fácilmente islamofobia, integrando las definiciones que has citado en el sentido que la islamofobia tiene que ver con el rechazo de cualquier otro ser humano por el hecho de pertenecer a una religión, en este caso el islam, por identificarse con el islam o por identificarse como musulmanes.

En toda relación de poder desigual hay una racialización y por tanto el racismo es inseparable de toda forma de xenofobia, de toda forma de fobia y de toda forma de relación desigual, incluidas  la homofobia, el maltrato a las mujeres, el patriarcado. Hay una racialización del otro, a través de la cual tratamos de justificar ese rechazo que es visceral, irracional y por así decirlo, ontológico.

Hay, sin embargo, algunos intelectuales que rechazan el uso de la palabra islamofobia y la consideran inapropiada o demasiado confusa.

Cuando hacemos una encuesta, nadie o raramente  se reconoce racista, homófobo o machista. Con la islamofobia, como anteriormente con el antisemitismo, ocurre lo mismo. Sectores intelectuales que quieren fundamentar su islamofobia para negarla aseguran no estár contra el islam sino a favor de la democracia, del laicismo y de ciertos valores universales, en los que por casualidad precisamente el islam, o los musulmanes, no encajarían. Creo que la discusión sobre la definición de islamofobia sirve para que muchas islamofobias intelectuales o espontáneas no confesadas se justifiquen.

¿Por qué  la islamofobia es lo que te da más miedo en estos momentos, teniendo en cuenta tanto los actos de terror ocurridos en Occidente, como las intervenciones militares occidentales en el mundo musulmán?

Me parece que se está utilizando de manera interesada para justificar  intervenciones neocoloniales en otras zonas del planeta, y para cuestionar o amenazar a minorías musulmanas en las grandes ciudades  europeas y en las metrópolis.

Como ciudadano europeo, como demócrata que defiende el estado de derecho, me deben preocupar mucho esas minorías vulnerables, pues son las que en este juego de espejos -entre dos fuerzas contrarias y gemelas- acaban viéndose privadas de derechos fundamentales o viviendo bajo sospecha, que es lo que ocurre cuando la islamofobia se apodera al mismo tiempo de las instituciones y del tejido social.

En definitiva esa racialización provoca que un musulmán en Francia, incluso si es francés de dos o tres generaciones, tenga muy difícil hacer ciertos gestos elementales. Si vive en ciertos barrios con una composición étnica determinada, tiene dificultades para obtener trabajo, para entrar en ciertos locales, para mantener relaciones sentimentales con franceses o francesas blancas. Todo esto determina que las comunidades vulnerables, comoes el caso de la musulmana en Europa, pueda servir de chivo expiatorio en el marco de una crisis, como estamos viendo a través del crecimiento de partidos y de grupos que tienen un creciente ascendiente sobre la población. Desde Le Pen y el Frente Nacional en Francia hasta Pegida en Alemania, vemos cómo la vulnerabilidad de estas minorías sobre las que se proyecta un esquema de exclusión, en este caso islamofóbico, puede servir para justificar también retrocesos en el estado de derecho en Europa, retrocesos de los que las primeras víctimas serán los musulmanes, pero de los que todos acabaremos siendo víctimas.

¿Crees que en España, en Europa e incluso en la izquierda no hay una conciencia frente a la islamofobia?

Sí. Creo que no hay una conciencia al respecto. Basta que haya elecciones para que veamos algunos grupos políticos -pienso en partidos de la derecha, incluido el Partido Popular- que han utilizado a los musulmanes como baza electoral (García Albiol), empleando además conceptos muy peligrosos como el de “limpieza”, términos que evocan prácticas políticas que en el pasado han llevado al exterminio.

Tengo también la impresión de que desde la izquierda el rechazo a todo lo que tenga que ver con la religión o con la identidad religiosa  es tan fuerte que en nombre del laicismo se acaba justificando la islamofobia y el rechazo a comunidades enteras, rechazo que debilita nuestro compromiso con el derecho, con los derechos humanos en general y, desde luego, con la construcción de un marco de convivencia y tolerancia recíproca, condición misma del estado de derecho y de la democracia.

¿Cuál es el sentido de tu afirmación cuando señalas que la islamofobia de hoy  es el antisemitismo de los años 30 y que los judíos de hoy son los musulmanes que están siendo vilipendiados y atropellados?

He utilizado este símil por varias razones. La primera, sin duda, es que me parece acertado. Al mismo tiempo  la comparación se antoja tan escandalosa y provocativa que, a través de ella, se puede quizás hacer escuchar la alerta. Finalmente porque me parece que hemos acabado aceptando con mucha naturalidad la ocupación de Palestina por parte de un Estado colonial, por lo demás religioso, un Estado que se declara judío y que explota de manera desvergonzada la memoria del dolor, la memoria del Holocausto de los judíos en Europa.

Lo único que hago es recordar una cosa: que los judíos, los musulmanes, y los negros formaban parte de esos pueblos que gente intelectualmente formada y refinada, como Renan y Hegel, en el siglo XIX, identificaban como pueblos sin historia, como pueblos que habían quedado al margen de la corriente principal de la Historia, todos en algún sentido detenidos en el tiempo e irrecuperables para el progreso, la democracia y el derecho.

La historia de Europa es la historia de la persecución de los judíos, del encierro de los judíos en ghettos, de la marginación de los judíos y de los pogromos regulares y frecuentes que se hicieron en Europa durante siglos. Y cuando hoy pensamos en la atrocidad del Holocausto, nos olvidamos que fue posible no porque hubiera un señor muy malo que se llamaba Hitler que quería matarlos a todos, sino porque había una población que era fundamentalmente antisemita, de manera que, cuando el Partido Nazi propone un programa de separación y exclusión social de  los judíos, a todo el mundo le parece muy bien. No hay que olvidar que el antisemitismo era la norma social aceptada por las mayorías con toda naturalidad. Se aceptaba la inferioridad de los judíos y la persecución de los judíos. Y lo que permitió el Holocausto fue precisamente el antisemitismo europeo. Nuestra sensibilidad de hoy es la respuesta a las consecuencias de nuestra insensibilidad de ayer.  Se asesinaron tantos judíos y en tales condiciones que hoy somos muy sensibles al antisemitismo.

Por lo tanto, para que no ocurra lo mismo es necesario alertar sobre el hecho de que allí donde se aplica el mismo esquema de exclusión sobre una minoría religiosa puede volver a ocurrir lo mismo. En ese sentido yo creo, sin forzar demasiado el símil, que -por un lado- los clichés proyectados sobre los musulmanes en Europa son muy parecidos a los que se proyectaban sobre los judíos y que -por otro lado- la islamofobia está tan extendida hoy como el antisemitismo hace 70 u 80 años. No lo olvidemos: fue el antisemitismo de la gente normal -y por eso hay que alertar del fenómeno- el que propició la conquista del poder por parte de Hitler, el ejecutor posterior del Holocausto.

¿Por qué relacionas la islamofobia, un concepto moderno, con el colonialismo y qué repercusiones tiene hoy esa relación?

Mucha. En el libro intento contar un poco la historia a partir de una frase de Hegel contra los negros. Hegel habla de que la única conexión esencial que habría entre los negros y Europa -el progreso y la razón humana- es la esclavitud. Gracias a la esclavitud los negros se incorporan desde la periferia al progreso y a la razón. Esa “conexión esencial”, en el caso de los árabes y de los musulmanes, es el colonialismo. Un colonialismo que comienza con la conquista de Egipto por parte de Napoleón en 1797, utilizando, por lo demás, el mismo tipo de recursos retóricos que utilizaría Bush después para invadir Irak en 2003. Esa historia, muy reciente en el caso de los árabes y de los musulmanes, es la que de alguna manera va a alimentar la islamofobia. Es una relación de poder desigual, colonial, racializada, en la que la religión va a jugar un papel clasificatorio fundamental, como ocurre siempre; eso forma parte de los esquemas de exclusión normalizados y estereotipados. Por lo tanto creo que es imposible entender las fuentes y al mismo tiempo los peligros de la islamofobia sin cuestionar las relaciones coloniales que desde finales del siglo XVIII unen a Europa -y a Occidente inmediatamente después- con el mundo árabomusulmán.

¿Puedes explicar por qué consideras que la creación del Estado de Israel, la revolución iraní, el 11 S y las revoluciones árabes recientes son  hitos fundamentales en el desarrollo de la islamofobia?

Porque precisamente son los momentos en que se cuestiona desde esa zona del mundo el colonialismo occidental, y por lo tanto frente a la rebelión contra el colonialismo se disparan los esquemas de exclusión propios de las relaciones desiguales. La islamofobia forma también parte de los instrumentos de dominio gnoseológico del otro. No es raro que allí donde o cuando se producen movimientos de rebelión o resistencia frente al colonialismo, esos esquemas de exclusión se activen de manera muy clara y violenta. El Estado de Israel, como sabemos, no es más que la punta  de lanza del colonialismo francoinglés y luego occidental en la zona y, por tanto, no es extraño que frente a la resistencia palestina empiecen ya a ponerse marcha toda una serie de esquemas islamofóbicos a la hora de tratar a esas poblaciones.

Lo mismo con los otros tres casos. Son momentos en los que hay un cuestionamiento del dominio colonial. Cuestionamiento que yo no voy a juzgar axiológica y políticamente. Aunque la revolución iraní del 78/79 me disgusta tanto como la dictadura del Sha, es evidente que entre la revolución de Jomeini y la dictadura del Sha hay una diferencia que no tiene nada que ver con los derechos humanos y la democracia, porque ambos regímenes los respetan muy poco. Tiene que ver con que el Sha era un aliado de Occidente, y en cambio el Irán de los ayatolas no lo es. Y por lo tanto es lógico que desde Occidente, cuando se pone en cuestión su dominio colonial, se utilicen también todos estos elementos gnoseológicos para dominar y controlar al Otro.

En cuanto a las revoluciones democráticas “árabes”, nos olvidamos a menudo que incluyeron este elemento anticolonial y que, en la medida en que han fracasado, han conducido precisamente al Estado Islámico. Cito a menudo la frase de Gramsci de que “el fascismo es siempre el resultado de una revoluciòn fallida”. La revolución que hicieron fracasar distintas contrarevoluciones en el mundo árabe, ha conducido hoy a un fenómeno como es el del Estado Islámico, que sin duda ha reactivado todos los esquemas de exclusión islamofóbicos.

Acercándonos a Europa, hablas de la existencia en Francia de un fascismo blanco y laico, propugnado por algunos intectuales y periodistas de prestigio que plantean abiertamente que el islam es un peligro para Francia. ¿Por qué lo llamas fascismo blanco y laico?

Me parece muy inquietante, porque a diferencia de lo que ha ocurrido en España, donde la islamofobia es más de andar por casa y en todo caso es utilizada por políticos sin mucho prestigio intelectual, en Francia hay un movimiento robusto de intelectuales que en nombre de los Derechos Humanos y de los valores universales cuya encarnación se arroga Francia en modo más bien tribal, alimenta el marco islamofóbico que luego da votos a Le Pen y al Frente Nacional.

¿Por qué lo llamo blanco y laico? Lo llamo blanco, porque utilizo las mismas categorías raciales que se usan contra ellos. Y lo llamo laico, citando a uno de los grandes padres del liberalismo francés, Benjamin Constant, que escribió largamente sobre la persecución religiosa y que consideraba persecución religiosa no solamente el caso de una religión que persigue a otras, como puede ser el caso del catolicismo cuando ha perseguido a los protestantes, o el del mundo islámico, cuando los chiíes han perseguido a los suníes o al revés. Constant habla también de la persecución contra las convicciones religiosas y sugiere que toda persecución es religiosa. Cuando en nombre de no importa qué valor se persiguen las creencias de otros ciudadanos, estamos hablando de una persecución religiosa. Y a partir de ese momento cuando el laicismo se utiliza para delimitar un objeto de persecución por razones religiosas, como es el caso del islam y de la islamofobia, es siempre una persecución religiosa.

Hay un laicismo fanático en Francia, que por desgracia se va contagiando a otras zonas del mundo y que solo puede describirse en términos religiosos. Es un laicismo religioso. Yo he vivido esto en Túnez, donde se ha utilizado el laicismo por parte de personas vinculadas al antiguo régimen dictatorial para cuestionar la frágil democracia que en esos momentos estaba encarnada en un gobierno de tres partidos, el principal de los cuales era un partido islámico moderado y democrático.

¿Planteas entonces que ese laicismo fanático y radical  está alimentando  la islamofobia?

Claramente. Hay gente de izquierdas que esto lo ha entendido muy bien. Frente a otras voces que acaban sumándose a la persecución religiosa en nombre del laicismo, hay laicos y ateos como Alain Gresh o Gilbert Achcar que han escrito largamente sobre este tema y han denunciado de una manera muy certera y brillante los peligros de este laicismo radical que acaba impidiendo cualquier entendimiento y desde luego desplazando la atención de la propia responsabilidad en los procesos de radicalización que se producen en estas zonas del mundo e incluso en nuestras propias comunidades inmigrantes.

Tahrir-Cairo-Egipto

Hablas también de la islamofobia de izquierdas…

Está muy extendida. Lo hemos visto ahora cuando las contrarevoluciones convergentes en la zona llevan al fracaso de las revoluciones árabes, derivando en guerras civiles, como en Siria o Libia, o propiciando el retorno de dictaduras terribles como en el caso de Egipto y del general Al-Sisi.

Frente a ese fracaso de la democracia popular, hay toda una serie de sectores de la izquierda que disfrutan con la confirmación de profecías autocumplidas -“ya lo veíamos venir nosotros”- y se suman a ese cliché periodístico de la derecha: “de las primaveras árabes al invierno islamista”, cosa que es francamente injusta con el impulso originario de estas revoluciones, con el sacrificio de tantos miles de personas que creyeron en realidad que se podía derrocar dictaduras y establecer regímenes democráticos que integrasen dignidad, soberanía, libertad y justicia social, y es injusta también con el hecho de que  esos levantamientos no tuvieron nada que ver, no fueron puestos en marcha ni tampoco gestionados por partidos religiosos, y fueron movimientos no sectarios que durante algunos meses unieron en la condición de ciudadanía a personas de distintas religiones o doctrinas.

Además de injusta en el sentido estrictamente histórico, esos sectores de izquierda se refugian en un antioccidentalismo que paradójicamente reproduce todos los clichés de la propaganda islamofóbica de la derecha: acaban por considerar que es mejor un dictador, si es laico, que un islamista, porque en cualquier caso el islam es incompatible con la democracia.

¿Confirmas así tus planteamientos sobre la incomprensión y el pesimismo de la izquierda europea sobre la capacidad revolucionaria y de cambio de las sociedades árabes y musulmanas?

Totalmente. Es un desprecio total por las poblaciones árabes. Y en ese sentido es un desprecio neocolonial. Si acaso, confían en que pequeños partidos de izquierda revolucionaria sean capaces de -a través de regímenes autoritarios- introducirlos en la senda de la historia, cosa que estos pueblos no quieren de ninguna de las maneras.

Hay un gran desprecio por los pueblos árabes como sujetos políticos, en parte por ignorancia total, y en parte por una proyección mecánica, muy etnocéntrica y eurocéntrica, que les lleva a establecer contactos con el mundo árabe musulmán a través de pequeños partidos de izquierda muy clásica, de aparato, estalinistas, que no solo no representan a nadie en el mundo árabe, sino que no tienen ya ningún contacto con la realidad.

Esto fue un problema en los primeros meses de los levantamientos arabomusulmanes. Como los partidos tradicionales de la izquierda estaban fuera de juego, y todos estos levantamientos fueron muy espontáneos, lo último que se podía hacer desde Occidente –cuya izquierda tampoco tiene mucho contacto con la realidad, como se ha demostrado en los últimos años- es informarse a partir de partidos de izquierda semejantes a los europeos, que también habían perdido el contacto con la realidad. En definitiva una combinación de ignorancia total sobre esta región del mundo y de proyección de categorías políticas europeas, llevó a un cierto sector de la izquierda (no voy a generalizar) a no apoyar los levantamientos árabes, tan legítimos como justos y que esa izquierda hubiera apoyado en cualquier otro lugar del mundo, y desde luego en Latinoamérica.

¿Qué papel han jugado y están jugando los medios de comunicación en la construcción de la islamofobia en Occidente, y especialmente en Europa?

Muy grande. Hubo un brevísimo paréntesis en el que  -también aplicando esquemas orientalistas- los medios europeos se reconciliaron con el mundo árabe o descubrieron un mundo árabe desconocido en el que había gente como nosotros, activistas, blogueros…, pero en el mismo momento en el que o bien esas revoluciones fueron reprimidas y condujeron a enfrentamientos civiles, o bien, como en el caso de Egipto y Túnez, condujeron a la victoria de partidos islamistas en elecciones democráticas, de nuevo volvieron los clichés islamofóbicos a imponerse sobre esos otros clichés positivos y luminosos que duraron apenas dos o tres meses.

Los medios siempre han jugado un papel muy importante. Israel ha determinado de un modo muy claro la política informativa en Europa. Por otro lado después de los atentados de las Torres Gemelas, como decía antes, esa islamofobia se reactivó. (Sin embargo en España hay  unos pocos, pero grandes periodistas, como  Carlos Zurutuza, Olga Rodriguez, Daniel Iriarte, o Manuel Martorell, que conocen muy bien esa zona del mundo).

Hay todo un sistema de retroalimentación de clichés que hace que los medios -no siempre por una voluntad manipuladora y malvada sino por inercias comerciales y perezosas- sigan alimentando la visión de un mundo áraboislámico enemigo, negativo e inasimilable para la democracia y el derecho.

Afirmas que la islamofobia y el islamismo yijadista son dos fascismos que se activan recíprocamente ¿En qué sentido?  Y ¿por qué  crees que la islamofobia  es más peligrosa que el islamismo yihadista?

Son dos discursos especulares, cada uno de los cuales se construye en el espejo del otro. Los dos se basan en la consideración del otro como una unidad negativa inasimilable. Yo digo que el discurso de Abu Bakr al-Baghdadi, el califa del así llamado Estado Islámico, es idéntico al discurso de los políticos occidentales, sobre todo los políticos de la ultraderecha, como Le Pen. Son discursos que están montados sobre la autoafirmación identitaria y la exclusión total y definitiva  del Otro. Por lo tanto entre dos discursos de este tipo, al mismo tiempo que no puede haber negociación, hay un total entendimiento, porque se justifican el uno al otro.

En cuanto a la segunda parte, el islamismo radical en estos momentos es más peligroso para las propias poblaciones musulmanas autóctonas, mientras que la islamofobia es más peligrosa para las poblaciones europeas, en la medida en que la mayor parte de las víctimas del islamismo radical no son los europeos, sino los propios musulmanes, y en la medida en que la islamofobia en Europa está justificando, en nombre de la guerra contra el terrorismo, y desde hace más de una década, toda clase de retrocesos en los derechos y libertades de las poblaciones europeas. Lo hemos visto tras los atentados de París del 13 de noviembre, en que la histeria belicista y securitaria amenaza a los sirios a través de bombardeos y a los franceses -sobre todo musulmanes- con el Estado de Emergencia.

Planteas que las revoluciones de 2011 han sido desplazadas hacia el yijadismo por el poder de las fuerzas contrarrevolucionarias locales y  también por la ausencia de una izquierda indígena capaz de hegemonizar  el ámbito cultural y político en manos de movimientos islámicos.

Creo que eso es muy claro. No había condiciones para hacer una revolución socialista, marxista, que tuviera como efecto inmediato la transformación de las condiciones de producción, según el esquema clásico. Lo que había era la posibilidad de una revolución democrática, y esa revolución democrática pasaba por aceptar que, por razones históricas poco inocentes y bastante desagradables, la correlación de fuerzas era favorable a los partidos islamistas, especialmente a las ramas locales de los Hermanos Musulmanes, partidos que habían combatido esas dictaduras y que iban a revelarse hegemónicos en el mismo momento en que hubiera elecciones libres que hicieran visible la correlación de fuerzas. En ese momento la izquierda tenía que haber entendido que se trataba de apoyar los cambios democráticos, aunque eso significara no alcanzar de manera inmediata aspiraciones incluidas en los programas de izquierda. Pero no, las izquierdas locales en Túnez y en Egipto prefirieron la vuelta de la dictadura o el retroceso de la democracia a ser gobernados de forma democrática por fuerzas islamistas. Ha sido un gravísimo error que, a mi juicio, tiene que ver con la islamofobia. Hemos perdido una ocasión, la han perdido las poblaciones y, sobre todo, las personas que se jugaron y perdieron la vida para democratizar países a los que vuelven una vez más, como señalo, esas tres fuerzas trillizas contra las que se rebelaron estos pueblos en el 2011: las dictaduras locales, las intervenciones extranjeras y el yijadismo radical.

¿En qué sentido la beligerancia feminista occidental frente al islam termina contribuyendo a la propaganda islamofóbica? ¿Qué implica el velo para las mujeres musulmanas? ¿Se puede interpretar como una opción estrátégica por su parte? ¿Las acciones de Femen contribuyen a aumentar la islamofobia o a alentar la emancipación de las mujeres en los países musulmanes?

Aquí se cruzan dos discursos. Un discurso feminista que, con dudas, podría ser emancipador en el propio territorio, y un discurso colonial o que al menos se percibe como colonial en los países arabomusulmanes. El feminismo y el movimiento LGBT han sido utilizados por las potencias occidentales y claramente por Israel para, en términos islamofóbicos, insistir en la idea de que no puede haber ni democracia ni derechos individuales en los países musulmanes. Esto es algo que  se ha denunciado desde allí: grupos LGBT en Palestina han denunciado el uso que se hace de estos discursos emancipatorios de género desde Israel o desde Occidente, y lo mismo han hecho sectores feministas en el mundo musulmán. Como recuerdo en el libro, hay un movimiento fuerte de feminismo islámico, cada vez más potente, que trata de luchar al mismo tiempo contra el patriarcado y contra el colonialismo y creo que ese es el modelo.

No podemos ir a dar lecciones de nada, sobre todo cuando los que pretendemos dar lecciones, lo hemos hecho habitualmente mediante esa “conexión esencial” que es el colonialismo; es decifr, con invasiones, con bombardeos y  con intervenciones de todo tipo.  Si algo han demostrado las revoluciones del 2011, fue que hay mucha conciencia local por parte de las mujeres respecto de la necesidad de tomar el espacio público. Lo que ocurre con intervenciones como las de FEMEN -yo lo viví directamente aquí en Tunez- fue que entre feministas no islámicas, sino laicas, se vivió su intervención “emancipatoria” como una intervención neocolonial. Y por lo tanto el efecto fue el contrario al deseado. Por no hablar de la reacción de mujeres tunecinas normales que son aquellas a las que hay que liberar, o que deben liberarse por sí mismas, y que más bien se contrajeron en registros identitarios muy conservadores.

No creo que en estos momentos y menos si se hace desde Occidente, se puedan forzar las cosas de manera que precisamente los sujetos objeto de esta emancipación se sientan agredidos en lugar de apoyados. Si no nos viven como cómplices sino como enemigos -y vivirnos así lleva a que muchas mujeres se refugien aún más en esquemas patriarcales-, es una batalla equivocada.

En cuanto al velo, hay que entender que las ropas son signos indumentarios semióticamente intervinientes en la realidad mediante los que hacemos declaraciones. Esas declaraciones se ajustan al contexto y se van resemantizando o desemantizando según el contexto.

El velo en Arabia Saudí es una imposición tiránica y dictatorial. Y por lo tanto cualquier movimiento local que se proponga liberarse del velo para establecer condiciones en las que el velo sea una opción entre otras, es un movimiento liberador. En el Túnez dictatorial laico de Ben Alí ocurría lo contrario. Aquí estaba prohibido llevar el velo y por lo tanto había mujeres que usaban el velo contra la dictadura y de hecho, cuando se derroca a Ben Alí, lo primero que se pide aquí es libertad indumentaria. Aumenta el número de veladas, es verdad, pero  también aumenta el número de piercings  y de minifaldas,

No podemos pues considerar que llevar el velo es un síntoma de alienación y de tiranía, y desnudarse es un síntoma de liberación. Ya sabemos que hay un formato televisivo consumístico en el que las mujeres se exhiben desnudas en un modo que las propias feministas denuncian como alienante. Por tanto ni el velo ni la desnudez se pueden interpretar en si mismos ni como alienantes ni como emancipatorios.

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¿Cómo explicas que en Europa, especialmente en Francia y en Alemania medios, políticos e intelectuales, y no solo de extrema derecha, criminalicen y pidan abiertamente la expulsión de millones de musulmanes, incluso de segunda y tercera generación, y esto no sea considerado ni delito ni siquiera racismo? ¿Se puede decir que la islamofobia está ya instalada y naturalizada en nuestras mentes y en nuestros corazones?

Precisamente por ello utilizo el símil antisemita: porque ahí estamos muy sensibilizados. Hizo falta un Holocausto, el asesinato de millones de judíos para que la población, que era antisemita, dejara de serlo y viviera de un modo muy sensible cualquier manifestación de antisemitismo. Utilizo ese símil para que nos demos cuenta de que aquello que nos parece normal y natural y que aceptamos con mansedumbre, puede llevar, como en el caso del nazismo, a cometer toda clase de tropelías sobre poblaciones que entonces nos parecían, como hoy los musulmanes, merecedoras de todo lo que les ocurría.

Forma parte, sin duda, de esa racialización de las relaciones de dominio su interiorización normalizada. Ha ocurrido a lo largo de la Historia, como en el esclavismo, en el que incluso intelectuales notables fueron esclavistas. Por  eso es muy necesario mantenerse alerta. Tenemos experiencia histórica suficiente como para saber que estas falsas naturalidades, sobre todo si reúnen a sectores intelectuales e instituciones, junto con el apoyo de la población, pueden llevar a catástrofes. Es muy necesario estar alerta.

Creo que hay una cierta aceptación natural de la islamofobia y de la inferioridad de las comunidades musulmanas. Pero quiero aquí recordar que la responsabilidad de esos intelectuales y de esas instituciones es decisiva. Hemos visto  cómo  recientemente barcos de FRONTEX miraban desde lejos un naufragio sin intervenir y tenían que ser  pescadores griegos y turcos los que salvaban de la muerte a un gran número de refugiados. Eso indica que todavía hoy lo instintivo por parte de amplios sectores de la población es salvar al que está en peligro y proteger al más débil y que son políticas institucionales muy bien articuladas las que acaban naturalizando cosas que en condiciones normales a cualquier ciudadano normal le parecen espantosas.

¿Cómo se puede en Europa desde sectores populares y de izquierda hacer frente a esa aceptación y naturalización de la islamofobia?

Sería muy bueno que una izquierda sensibilizada comenzara a trabajar, como ya hay sectores que lo hacen, en sus barrios, también para establecer contactos con los miembros de las propias comunidades musulmanas, a sabiendas -como recuerda Olivier Roy- de que no forman “comunidades” o sólo las forman de forma negativa, en la mirada de la islamofobia. No podemos tratar a las “comunidades musulmanas” como objetos. Están compuestas de sujetos libres y responsables. Hay que considerarlos sujetos. Y hay que construir sujetos políticos colectivos, integrados, mixtos, de inmigrantes y nacionales para plantear la cuestión. Esto por un lado. Al mismo tiempo tiene que haber una política exterior diferente. Y para que haya una política exterior diferente es necesario cambiar el gobierno. Vamos a tener la oportunidad de hacerlo ahora y las personas que están sensibilizadas ya frente al problema de la islamofobia, deberían entender que, porque ésta se alimenta institucionalmente, solo se puede desactivar también institucionalmente. En conclusión: trabajar a nivel local para construir un sujeto integrado, mixto, de inmigrantes y nativos,  y cambiar las políticas institucionales que en estos momentos están utilizando la islamofobia para desplazar la atención sobre otros temas…

Un mundo en cambio, Iñaki Gabildondo | STM Galde

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