Sobre la extrema derecha en Europa

(Galde 04, otoño 2013).  En las elecciones generales celebradas en Noruega el 9 de septiembre de 2013, el Partido del Progreso, de extrema derecha, neopopulista, islamófobo, obtuvo, con el 16,3% de los votos, 29 escaños y formará gobierno con el Partido Conservador para desalojar a los socialdemócratas. Fue la tercera fuerza más votada, por detrás de los socialdemócratas y los conservadores.

El 29 de septiembre de 2013, en las elecciones generales celebradas en Austria, el FPÖ de Heinz Christian Strache, partido de extrema derecha, neopopulista, islamófobo, obtenía el 21,4% de los votos, y quedaba como tercera fuerza en el conjunto del país, por detrás de los socialdemócratas y los conservadores. En el Estado de Estiria fue el partido más votado.

El 6 de octubre de 2013, el Frente Nacional de Francia obtenía la victoria en el primer turno de las elecciones parciales en Brignoles, en el sudoeste de Francia, con el 40,4% de los votos emitidos. Cuatro meses antes, en las elecciones parciales de Lot-et-Garone para sustituir al dimitido ministro del Gobierno de Hollande Jerome Cahuzac, la UMP y el FN quedaron prácticamente empatados para la segunda vuelta, y quedó en evidencia que el FN recogía votos tanto de la derecha democrática como de la izquierda.

Un par de días después, la revista Le Nouvel Observateur publicaba el resultado de un sondeo hecho por IFOP, según el cual, si las elecciones europeas se celebrasen en ese momento, el FN sería la primera fuerza de Francia (24%), por encima de la UMP (22%) y del Partido Socialista (19%). Y más allá de que es un sondeo, de que faltan bastantes meses para las elecciones europeas, y más todavía para las municipales, no quedaba más remedio que tomarse el aviso en serio.

En las mismas fechas, Marine Le Pen anunciaba públicamente que su partido denunciaría y se querellaría contra quien lo calificase como un partido de extrema derecha, pues esa calificación les amalgamaba con el Jobbik de Hungría y Alba Dorada de Grecia, partidos ambos de corte neonazi y con los el FN no quería saber nada ni tenía ningún parecido. Ese calificativo, según la líder del FN, buscaba, simplemente, su desprestigio.

El ejemplo del Frente Nacional de Francia nos muestra bien algunos de los problemas que se nos presentan a la hora de analizar qué es eso que denominamos extrema derecha en Europa, si tenemos que seguir o no utilizando esa denominación para calificar a algunos partidos, qué perfiles tienen, qué ideas defienden, y por qué están ganando apoyos en el electorado popular, entre los trabajadores, entre las mujeres, o entre algunas minorías.

Extremas derechas. Afinidades y diferencias. ¿Es el Frente Nacional un partido de extrema derecha? ¿Lo son el Jobbik y Aurora Dorada, aunque Marine Le Pen no los quiera cerca? ¿Son de extrema derecha el Partido del Progreso noruego, el Partido del Pueblo danés, el PVV de Holanda, el Vlamss Belang de Bélgica, la UDC de Suiza, los Verdaderos Finlandeses, el FPÖ de Austria, el UKIP de Gran Bretaña, con los que Marine Le Pen sí quiere hacer acuerdos y alianzas? ¿Qué tienen de común y que tienen de diferente?

La extrema derecha europea es plural, muy plural, tanto como otros espacios políticos. Cómo señala un grupo de investigadores franceses en respuesta a la posición de Marine Le Pen, “La extrema derecha es un singular ilusorio, como lo es, por otro lado, para cualquier otra tendencia del campo político: hay extremas derechas. En particular, después de 1918 se creó una división entre una extrema derecha reaccionaria y una extrema derecha radical, revolucionaria, que deseaba la emergencia de un “hombre nuevo” (Le Monde, 7-10-2013). El escrito, «El FN un nacional populismo», estaba firmado por Nicolás Lebourg, Joël Gombin, Stéphane François, Alexandre Dezé, Jean-Yves Camus y Gaël Brustier)

El grueso de los partidos citados más arriba no son neofascistas ni neonazis, pero es acertado incluirles en el espacio de la extrema derecha. Son partidos reaccionarios, neopopulistas, partidarios de la prioridad o la preferencia nacional, en general islamófobos, antiinmigración, organicistas, contrarios a la idea de igualdad de las personas ante la ley y a la igualdad en el plano de los derechos políticos. Juntan diferencia y desigualdad y propugnan la desigualdad del diferente. Se ven como salvadores de un “pueblo sano” abandonado por unas élites malvadas y corruptas. Rechazan el orden geopolítico actual y de una manera muy expresa la Unión Europea y lo que representa.

En consecuencia, sería mejor, por un lado, hablar de extremas derechas. Y, por otro, no tender a reducir o identificar ese espacio con uno de sus componentes, con su expresión más radical, la neofascista, la que aspira o dice aspirar a construir una sociedad totalitaria, una sociedad nueva y un “hombre nuevo”.

Y ello por varias razones. Una, porque no conviene confundir la parte con el todo, aunque sea la parte que más remueve nuestros malos recuerdos. Dos, por atenernos a la verdad. Tres, porque sin tener en cuenta lo que de verdad ocurre, nunca seremos capaces de combatir adecuadamente contra las ideas y propuestas políticas que se generan en ese campo. Cuatro, porque sin ver y analizar adecuadamente sus propuestas, no seremos capaces de combatir su demagogia y su desprecio por los pilares sobre los que se asienta la democracia, la igualdad de las personas ante la ley, la igualdad en el plano de los derechos políticos y la consideración de que todas las personas que vivimos en esta sociedad debemos ser iguales en dignidad y derechos. Cinco, porque siempre es más fácil mirar al pasado y asimilarlo al presente, que reflexionar sobre la naturaleza real de los populismos que se extienden por Europa, y sobre las razones por las que obtienen los apoyos populares, los votos obreros que en algunos casos las propias izquierdas no lo hacen.

En la extrema derecha europea hay neofascismo y hay neonazismo. Pero junto a ellos hay neopopulismo, partidos y organizaciones que se colocan en un terreno parcialmente diferente, y que hoy marcan la pauta y la orientación dominante, y con los que es mejor no  hacer un ejercicio de reductio ad hitlerum. Como señala Aitor Hernandez-Carr, La nueva extrema derecha no pretende instaurar una dictadura carismática al estilo de los regímenes fascistas del periodo de entreguerras (…) En ese aspecto, y en otros, la nueva extrema derecha debe ser considerada como algo “diferente” del fascismo y sus representantes políticos (…) No obstante sería un error concluir que esa familia de partidos es inofensiva para la democracia…El peligro de esas formaciones se encuentra…en que el sistema acepte y adopte sus propuestas discriminatorias y excluyentes (Aitor Hernandez-Carr, «El resurgir de la extrema derecha en Europa», en El fascismo clásico, 1919-1945, y sus epígonos, bajo la coordinación de Joan Antón Mellón)

Señaladas las diferencias, conviene que señalemos lo común. Los partidos de extrema derecha que actualmente siguen por la senda del neopulismo tienen una historia y, en algunos casos, una historia que les acerca al neofascismo. Y, aunque se empeñan en mejorar su imagen, algunos fantasmas del pasado siguen saliendo de las tripas de sus militantes. Es lo que, últimamente, le está saliendo con cierta frecuencia al Frente Nacional de Francia, sobre todo con las cosas que cuelgan en las redes sociales algunos de sus militantes. Que una candidata a las elecciones municipales diga que la Ministra de Justicia de Francia, que es negra, es como una mona que se cuelga de las ramas de los árboles, no va con la “desdiabolización” y el cambio de imagen del partido.

Yendo más allá, un elemento central, común a todo ese campo, es la idea de preferencia nacional, la petición al Estado de que legisle para los autóctonos y expresamente discrimine, bien sea en el empleo, en el acceso a las prestaciones sociales, en el acceso a la vivienda pública, en la fiscalidad, a las personas de origen extranjero que viven en la misma sociedad. El investigador Jean-Yves Camus dice que: De todas las nociones que hemos designado como formando parte del núcleo duro, ideológico, común a todas o a casi todas las formaciones de extrema derecha, además del nacionalismo y del populismo, que son compartidos por partidos pertenecientes a familias no derechistas, nos parece que una está en el corazón del sujeto: la institucionalización por ley, de prácticas discriminatorias contra grupos étnicos, raciales o religiosos, en razón de su diferencia (Jean-Yves Camus, «L’éxtreme droite, une famille ideologique complexe et diversifiée»).

La extrema derecha neopopulista es una realidad en el grueso de la Unión Europea. Viene recogiendo un voto de protesta, diverso, y popular en cuantía muy apreciable, lo que hace unas décadas recogían algunos partidos de izquierda. En los últimos años, y en algunos países, las cosas apuntan a que pueden sobrepasar ese umbral. Empiezan a formar parte de Gobiernos, como en Noruega y en Suiza y, en otros casos, han sido soporte parlamentario de gobiernos conservadores, como en Dinamarca y en Holanda. Con su actividad política influyen de manera muy directa, y en sentido fuerte, en aspectos concretos de la política, como la políticas que tienen que ver con la inmigración, la seguridad, las penitenciarias y otras. Y van ampliando las zonas grises y las pasarelas y puentes con los partidos de la derecha tradicional democrática, y también con la izquierda, los nacionalismos y el ecologismo, que en más de una ocasión tendrían que prestar más atención a lo que dicen y cómo lo dicen. En los últimos años, es creciente la presencia de mujeres, en unos partidos que han sido tradicionalmente muy masculinos, como votantes, militantes y dirigentes. Y también es creciente su  acercamiento a grupos que hasta ahora estaban alejados, como  el de las personas homosexuales.

No son un producto de la crisis actual, aunque ésta actúe como catalizador en algunas cuestiones. Tampoco el Partido Nacional Fascista italiano y el Partido Nazi fueron un producto de la crisis del 29. Ya era fuertes años antes de que esa crisis estallase. Sus enganches van más allá.

Aquí no tenemos ese tipo de partidos. Pero en un mundo como el actual, las ideas y propuestas que ellos producen, también circulan por aquí, sobre todo, aunque no solo, en lo que tiene que ver con las políticas de inmigración. Los estereotipos, los prejuicios, los rumores y las propuestas que les acompañan tienen una presencia social indudable. El último barómetro de Ikuspegi nos da pistas interesantes, y preocupantes, en ese sentido. En algunos casos, son determinados líderes políticos, en general del Partido Popular, quienes se hacen eco de ellas.

La izquierda tiene que tomarse en serio el estudio y el análisis de las propuestas que vienen de este campo. Huir del reduccionismo y tener muy en cuenta lo que dice Jean-Yves Camus: La derecha europea, con todos sus componentes, ha aplicado con éxito el modelo gramsciano de conquista de la hegemonía cultural como condición para la toma del poder político. La izquierda, por contra, ha continuado considerando a la derecha como una simple transposición en el terreno político de los intereses económicos. Lo que, desde mi punto de vista es un error. Tomemos el tiempo necesario para leer a los autores de derecha. ¿Quien conoce, por ejemplo, en la izquierda, a Gianfranco Miglio, que ha formado el pensamiento de la Liga Norte? ¿Quien lee seriamente Zur Zeit, el semanario austriaco de Andreas Molzer? Es indispensable un trabajo de elaboración teórica, que pasa por la reactivación de las relaciones entre los intelectuales e investigadores y los partidos, que muchas veces no funcionan más que como aparatos.

Agustín Unzurrunzaga

SOS Racismo/Arrazakeria. Gipuzkoa

Un mundo en cambio, Iñaki Gabilondo. STM | Galde

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