Ibiltari baten egunkaritik: De tetas y carretas

(Galde 10, Udaberria 2015 Primavera). Lourdes Oñederra.
Pensaba yo el otro día al pasar por delante de un anuncio en una parada de autobús que, si lo que tiene claro la publicidad se tuviera en cuenta a la hora de establecer las estructuras de poder, creo que los puestos decisivos de cierta importancia estarían ocupados por mujeres. Vendría a ser una especie de medida de previsión ante posibles consecuencias indeseables de ciertas debilidades que son mayormente propias de los varones (del perfil masculino prototípico, digamos, para hacer sitio aquí a la diversidad de patrones existentes en la estructuración de las relaciones e identidades sexuales).

Según los especialistas, la programación biológica del hombre para la procreación lo lleva a desear repetida e inagotablemente mujeres en edad fértil, y más desea cuanto más obvia sea esa fertilidad (juventud, senos turgentes, etc.). «A los hombres se les activan determinadas zonas cerebrales del placer ante la imagen de un cuerpo femenino desnudo, algo que no ocurre en las mujeres al contemplar un cuerpo masculino, al menos no con tanta intensidad» (Arsuaga y Martín-Loeches, El sello indeleble).

El mayor o menor control mental de la excitación dependerá de muchos factores relacionados con la ideología, educación, personalidad, etc. del sujeto en cuestión, pero existir existe y es, cuando menos, un elemento perturbador.

Al estar la mujer relativamente menos condicionada (relativamente y menos: no es que no nos pase nada) por los estímulos físicos del cuerpo del otro, sería más libre para gestionar, concentrarse más, por ejemplo, en los factores pertinentes para la toma de decisiones.

Otra consecuencia positiva de un mundo en el que el mando estuviera en manos de las mujeres sería que las «malas», esas mujeres que utilizan sus atributos físicos para manipular a los hombres que las rodean sin escrúpulo alguno, perderían una parte importante de su poder al tener que negociar exclusivamente con otras mujeres. No tendrían en el sillón de enfrente a un ser babeante (exagero, pero no mucho, seguro que las chicas me creen) dispuesto a ceder en proporción directa a la profundidad del escote de la proponente, la longitud de su falda, a la intensidad de su perfume o a la frecuencia de caída de sus párpados. Piénsese aquí en distintos tipos de negociación…

No es cuestión de cargar toda la responsabilidad del tinglado este en los hombres. Por supuesto. Nosotras también contribuímos. Algunas más. Ya hemos dicho que hay mujeres malas y su maldad además no sólo consiste en la manipulación de los hombres. Supone también competencia desleal y falta de solidaridad con el resto de mujeres.

Sí, de acuerdo. Estoy haciendo un análisis burdo, caricaturesco y un tanto provocador, pero no se pueden negar las evidenciasde que algo hay. Una de las más claras es la asimetría de piel expuesta por unos y por otras, y no se trata aquí de un alegato puritano ni represor. Que cada cual enseñe lo que le parezca, faltaría más. Aquí se trata de las descompensaciones.

Que me explique alguien por qué hasta en ocasiones como un concierto de música religiosa en una catedral, las mujeres pueden (y suelen frecuentemente) ir más desnudas, enseñar más cuerpo que sus compañeros de coro, orquesta o conjunto musical. Sinceramente no sé qué pintan esas mujeres jóvenes (y no tan) cantando salmos bíblicos a espalda descubierta, hombros desnudos y escotes sugerentes (perfectos quizá en otras circunstancias). De la inestabilidad de los taconazos sobre los que cantan algunas hablamos otro día. Que cada cual vaya como le apetezca, desde luego, pero ¿se los imaginan a ellos así?

¿Sumisión al capricho del macho? ¿simple confusión de ambientes y registros?… Unas locutoras de radio venezolanas han prometido desnudo integral en una plaza si la selección de su país se clasifica y dicen que no hay machismo alguno en ello, que lo hacen por amor; los periodistas deportivos españoles que entrevistaban a una de ellas (ex-modelo) prolongaban sus eses al hablar de las curvas de estas chicas.

No, no todos son tan, ni todas somos tan. Pero que algo hay de desigual también en esto lo sabemos todas, lo sabéis todos.

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Un mundo en cambio, Iñaki Gabilondo. STM | Galde

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