El independentismo catalán, ¿un movimiento a la deriva?

 

(Galde 20 invierno/2018). Marina Subirats.
El llamado “proceso” independentista catalán contiene facetas diversas. El tema, obviamente, es tan amplio que no puede ser enteramente analizado en un artículo breve; de modo que me limitaré a describir algunas de los rasgos más relevantes del movimiento pro independencia, remitiendo a quien quiera saber más a algunos de los libros y artículos que están ya apareciendo en este momento con cierta amplitud y profundidad de análisis.

Las bases sociales del independentismo

La movilización independentista tiene como base a la población autóctona de origen catalán, con mucha menos participación de la población nacida en Cataluña pero descendiente de inmigrantes españoles. Todavía hoy, entre la población de Cataluña, una mayoría considera que su lengua nativa es el castellano, aunque a menudo se trate ya de la tercera generación que reside en territorio catalán. Esta población conoce la lengua catalana y la utiliza a menudo, pero en familia sigue predominando el castellano. Ello, unido a una distribución desigual de catalano y castellanoparlantes entre las distintas clases sociales, configura un elemento central de la fractura que hoy podemos observar entre independentistas y no independentistas. Sin embargo, es necesario matizar algunos aspectos de esta división para comprender la complejidad de la situación.

En efecto, la división entre catalano y castellanoparlantes no recubre estrictamente las diferencias de clase. Por una parte, quedan restos de una burguesía catalana que habla habitualmente castellano, aunque ya es muy minoritaria. En la clase media, y especialmente en la nueva clase media formada por profesionales, predominan las personas catalanoparlantes; en la clase trabajadora, por el contrario, predomina la población de origen castellanoparlante, sobre todo en toda la franja costera, la más industrializada. En la Cataluña interior la clase trabajadora y la clase media son predominantemente catalanoparlantes, de modo que en estas zonas el arraigo del independentismo es muy superior al que se observa en el entorno de las ciudades grandes, especialmente en el antiguo “cinturón rojo” de Barcelona.

El carácter identitario del actual movimiento independentista

Dada esta composición social, parece deducirse inmediatamente que el independentismo, en su versión actual, es un movimiento claramente identitario, de reivindicación de la lengua, cultura, singularidad, etc. de Cataluña. Ello no es totalmente exacto. El movimiento independentista crece a partir de 2012; hasta aquel momento ya existía la reivindicación de independencia, puesto que Esquerra Republicana había renovado su demanda desde mediados de la década anterior, pero el apoyo que recibía este partido en las urnas era aproximadamente de un 15%, muy lejos, por lo tanto, del casi 48% de votos que han ido a los tres partidos independentistas en las elecciones de 2015 y 2017.

¿Qué motivó este rápido crecimiento de las posiciones independentistas? Hay aquí varias causas. Las que, desde mi punto de vista pueden considerase fundamentales son: el conflicto larvado que existía ya desde los años ochenta entre los gobiernos del Estado que intentaron recortar las autonomías conseguidas con la Constitución de 1978 y los gobiernos de Cataluña, conflicto que se agudizó en el momento en que, a instancias del PP, que utilizó desde el principio de la transición la recentralización de competencias como una manera de ganar votos en España, el estatuto de Cataluña aprobado ya por la población fue impugnado y recortado por el Tribunal Constitucional. Un segundo elemento fue el viraje de Convergencia Democrática de Cataluña hacia el soberanismo y el independentismo, como forma de neutralizar la posible hegemonía de la izquierda que empezó a construirse a partir de los gobiernos tripartitos. Finalmente, la crisis económica golpea rudamente Cataluña a partir de 2009; las políticas de recortes operadas por el gobierno del PP crean una situación de angustia, de necesidad de cambiar las cosas, de encontrar salidas. Y la salida que estaba disponible en el imaginario de muchos catalanes era precisamente: “¡Vámonos!”

En este punto, el proyecto de los líderes ideológicos del independentismo trata de construirse sobre una premisa: el objetivo no puede ser de carácter identitario; conocemos suficientemente la composición social de Cataluña para saber que si se elige este camino, el proyecto será siempre minoritario. Lo que hay que construir es un proyecto comprensivo, en el que quepa todo el mundo, que aspire a la modernización, a la creación de una sociedad más democrática, y que nos libere del lastre que supone para ello el Estado español, sus continuos intentos de recentralización y la carga financiera que implican para Cataluña unas balanzas fiscales claramente perjudiciales. La idea es que esta Cataluña moderna y acogedora solo podrá existir cuando disponga de todos sus recursos y de toda su capacidad legislativa y de acción para hacerla posible.

Ahora bien, este proyecto integrador no ha llegado nunca a formularse y ha quedado en una total indefinición, con la vaga promesa de que, “cuando sea libre”, Cataluña será una sociedad mucho mejor. Por una razón obvia: los tres partidos que han liderado la acción pública del independentismo en estos años –PDeCAT, heredero de Convergencia, Esquerra Republicana de Cataluña y las CUP- se encuentran totalmente alejados unos de otros en la dimensión derecha-izquierda. PDeCat es un partido de derecha moderada, ERC un partido de izquierda moderada, la CUP un partido anticapitalista de izquierda radical. Es evidente que cualquier intento de definición colectiva de lo que podía constituir para ellos una “Cataluña mejor”, más allá de su acuerdo relativo a la independencia y al carácter republicano del nuevo país, era inimaginable.

En consecuencia, el proyecto acaba apoyándose únicamente sobre la voluntad de independencia y sólo consigue sumar a las gentes irritadas por las políticas del PP, por su incapacidad de negociar, por su posición arrogante y corrupta. Nada más cierto que a cada intervención de Rajoy y sus muchachos –y muchachas, por supuesto- crece el número de independentistas. Pero sin conseguir ampliar el movimiento hasta la mitad de la población. Hay radicalización creciente, pero ya sin crecimiento numérico.

Las fracturas generadas por el “procés”

La imposibilidad de negociación con el gobierno central es la clave de la radicalización en una primera etapa, en la cual lo que realmente se pide es negociación para avanzar en una serie de cuestiones en las que Cataluña está retrocediendo: recursos económicos, principalmente y blindaje de otros ámbitos repetidamente amenazados de recentralización, como la lengua y la educación. De modo que a partir de 2012, y frente a los diversos intentos fallidos de diálogo, crece la impaciencia y se plantea la necesidad de actos que lleven hacia una ruptura en un tiempo breve.

Pero al mismo tiempo, la fijación de tales actos –referéndum o referéndum, por ejemplo- implica una tensión creciente y la formulación de un discurso mágico, en el que aparentemente bastará la voluntad popular para alcanzar la independencia con el apoyo inequívoco de la Unión Europea. Este discurso mágico, que poco a poco va alejándose de la realidad, es blindado por el independentismo de modo que cualquier objeción es considerada como una traición. Se insinúan así dos fracturas que se consolidarán sobre todo a partir del 6 y 7 de septiembre de 2017, cuando el Parlamento aprueba las llamadas “leyes de desconexión” sobre la base de una mayoría de diputados que ni siquiera corresponde a una mayoría de votos. Dos fracturas extremadamente peligrosas.

La de mayor calado es la que quedará patente en las elecciones del 21D, en que el partido más votado va a ser Ciudadanos, mostrando que hay una parte muy importante de la sociedad catalana que está directamente en contra de la independencia y en la que afloran actitudes anticatalanistas, aunque mantiene, en sus manifestaciones, la bandera catalana junto a la española, en una muestra de una voluntad de afirmar que este grupo pertenece también a Cataluña. Y una segunda fractura, menos evidente pero tanto o más dura, que es la que se produce en el interior del propio catalanismo, al enfrentar al independentismo con sectores de la sociedad catalana que siempre apoyaron las reivindicaciones culturales y económicas pero que no ven viable la independencia a corto plazo y consideran abusiva la acción del independentismo al tratar de romper sin haber alcanzado ni siquiera el 50% de los votos.

En definitiva, a comienzos de 2018 el futuro de Cataluña se nos presenta más incierto y amenazado de lo que estaba en 2012. Un movimiento popular ejemplar en múltiples aspectos corre el peligro de estrellarse contra el muro del gobierno Rajoy, a causa de la incapacidad política de éste y de la irresponsabilidad y mala conducción a las que se ha visto sometido por parte de los propios dirigentes independentistas.

Marina Subirats
Amat, J. (2017) La conjura de los irresponsables. Barcelona: Anagrama.
VV.AA. Cataluña, una crisis europea. La Maleta de Portbou. Enero-febrero 2018.

Categorized | Dossier, Política

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